El cuerpo de los otros
Digamos: quien esto escribe está al final de sus días. Sea porque el virus mortífero lo alcance o porque la biología sensata le ponga un cronológico hasta aquí. Y aunque la línea de la vida en la palma de su mano izquierda lo asuste con una vaga promesa de duración, un fondo de indiferencia le hace aceptar que todo lo compuesto (él es un ser compuesto) ha de perecer.
Así que no vivirá las consecuencias cabales de lo ocurrido súbitamente en el planeta. Pero si la potencia contiene el acto y en la parte está el todo, el próximo momento histórico ya alzó el telón. Un nuevo paradigma de gobierno de los hombres y las cosas (Giorgio Agamben), establecido como “terror sanitario” para gobernar a partir de la construcción de un escenario ficticio sobre un posible riesgo magnificado, con datos que favorezcan comportamientos autoritarios extremos, enarbolando la lógica de lo peor como racionalidad política, más un civismo obediente en el que las obligaciones y los sacrificios impuestos se consideran prueba de altruismo y supervivencia (Patrick Zylberman).
El surgimiento de la bioseguridad mostró que puede suspender las relaciones humanas y encerrar a la gente en sus casas sin protestar. Silenciar movimientos sociales, prohibir reuniones, vaciar aulas, cerrar escuelas, clausurar playas. Derechos humanos y democracia dejan de ser determinantes para organizar la vida pública. Así como la modernidad fue de la política a la economía, la posmodernidad subordinó todo ello a la bioseguridad, una dimensión desconocida donde lo virtual (la “pantalla de espectros”) reemplaza lo tangible, lo real-real.
Lo humano es el lenguaje, también radica en la somaticidad, en las relaciones que entran por los sentidos. Ahí estará el horizonte político de la resistencia, aunque quien esto escribe ya no lo vea: volver al cuerpo, salir a la calle, acercarse a los otros, tocarlos y ser tocados.
Derechos humanos y democracia dejan de ser determinantes para organizar la vida pública