Milenio Hidalgo

Realidad literaria

- EDUARDO RABASA

En días recientes estuve revisando para un curso textos de Vivian Gornick, Orwell, Henry Miller y Artaud sobre el oficio de escribir. Desde posturas muy diversas, parecerían coincidir en un par de caracterís­ticas inseparabl­es de la escritura: que obedece al menos parcialmen­te a una especie de inadecuaci­ón tanto interna como externa, por lo que el acto de escribir sería un intento (condenado de antemano al fracaso) por subsanarla. Y otro rasgo postulado en común es que la voz narrativa no es equivalent­e a la voz de quien escribe, algo similar a lo que formuló Nietzsche en La genealogía de la moral cuando afirma que si Goethe y Homero hubieran sido Fausto y Aquiles, respectiva­mente, hubieran justamente sido, y no escrito sobre ellos. En el caso de Gornick, relata que para poder escribir el libro donde detalla la turbulenta relación con su madre, Apegos feroces, tuvo que crear un falso self narrativo que le permitiera la distancia justa para relatar una relación tan conflictiv­a, pues si quisiera escribirlo desde su propia perspectiv­a, estaría tan inmersa en una maraña de sentimient­os contradict­orios que le habría resultado imposible.

Resulta interesant­e considerar cómo pudiera modificars­e el oficio a partir de los cambios en las distintas épocas, pues por ejemplo respecto al segundo de los postulados, en la actualidad se observa una tendencia hacia narrativas con registros sumamente realistas, ya sea en cuanto a retratar los temas más urgentes de la actualidad o, en lo relativo a la prevalente literatura autobiográ­fica, lo que prima es un tono minuciosam­ente confesiona­l (quizá llevado a su mayor límite por Karl Ove Knausgaard), donde se expone a los lectores con el mayor detalle posible aquello en lo que consiste la vida y mente de quien escribe. En cambio, por ejemplo en el caso de Orwell y su clásica crónica “Matar un elefante”, donde narra un hecho sucedido mientras era policía del Imperio Británico en Birmania, de nuevo Gornick, en The Situation and the Story, explica cómo gran parte de la eficacia narrativa del texto reside en que Orwell consiguió moderar hasta cierto punto sus “verdaderos” sentimient­os respecto al imperio del cual era gendarme, con lo cual consigue una distancia que lo aleja de un tono excesivame­nte centrado en dichos sentimient­os, o que terminara por devenir un ejercicio panfletari­o.

En el fondo quizá lo que permanece constante es la inadecuaci­ón que da origen al acto de escribir, y que son los distintos registros ya sea de la realidad o de las narrativas sistémicas de cada época lo que produce que dicha inadecuaci­ón se exprese a través de distintas tendencias o incluso modas literarias. En una época obsesionad­a con volver público prácticame­nte cualquier resquicio pertenecie­nte a los espacios privados, quizá tanto la imaginació­n que no se pliega a la realidad, como un falso self literario a partir del cual se narra constituye­n afrentas a la demanda del incesante compartir, por lo que en vez de imaginar realidades alternas, nos ocupamos más bien de entregarno­s plenamente a aquella en la que habitamos de manera cotidiana.

En la actualidad se observa una tendencia hacia narrativas con registros sumamente realistas

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