¡Maldito capitalismo! Ah, pero que nos salve…
Nuestros izquierdosos tienen una lógica muy extraña: repudian visceralmente el capitalismo –o, eso dicen, porque cuando comienzas a escarbar un poco en la esfera de sus aspiraciones secretas resulta que ambicionan las mismísimas opulencias que codician los demás comunes mortales, por no hablar de que vayas más lejos y te enteres del calibre que alcanzan sus posesiones terrenales— pero aplauden cuando aterrizan aquí los dineros enviados por los compatriotas que han emigrado para buscarse un mejor destino en… la nación más desaforadamente capitalista del mundo entero. Ah, y se engallan, a su vez, para exigirle a nuestro vecino país que les abra todavía más las puertas a los mexicanos que no encuentran futuro ni esperanza en la patria que los vio nacer.
Pero, caramba, ¿por qué no terminan trabajando en los cañaverales de Cuba –o en los pozos petroleros de Venezuela— esos millones de emigrantes oaxaqueños, michoacanos, guanajuatenses, chiapanecos y poblanos? A esta contundente –e incómoda— pregunta no le dan respuesta alguna, miren ustedes. Tampoco nos explican por qué los cubanos y los venezolanos huyen, literalmente, de sus propios países, siendo que ese simple hecho –el de que exista gente doblegada por la desesperación al punto de arriesgar la vida en una balsa para atravesar el estrecho de Florida o de caminar días enteros hasta alcanzar la frontera colombiana— debiera de significar, en sí mismo, una rotunda condena al socialismo confiscatorio y empobrecedor.
Al contrario, en la más flagrante de las paradojas y en una contradicción del tamaño de una casa, las simpatías de los adalides del régimen de la 4T no van hacia los Estados Unidos –el país que da techo y trabajo a tantísimos mexicanos— ni tampoco se expresan para otorgar reconocimiento al sistema que promueve el libre mercado, que salvaguarda los derechos de propiedad y que impulsa la iniciativa privada. No. El discurso de los autodenominados transformadores denuesta el liberalismo económico y le endilga todos los males habidos y por haber al tiempo que ignora, calculadamente, las evidencias: lo repito, nadie quiere emigrar a Cuba ni a Venezuela.
Y, el colmo, ahora van de limosneros –y con garrote— a pedirle a Joe Biden que reciba a los damnificados del populismo. Sí, ajá…
El discurso de los transformadores denuesta el liberalismo económico