Literatura y poder
La literatura es mercancía e ideología a la vez. Posturas políticas, rupturas y refundaciones. Y, sobre todo, ahora, triunfo y poder. Es más importante parecer que ser, to look que to be: simularse a sí mismx.
Lxs escritorxs, hoy, proyectan sus frustraciones e imposibilidades en otros espacios, ajenos al campo literario, el cual se ha vuelto, ahora, un paliativo, un sustituto de la crítica y del criterio editorial.
En Instagram no hay escritorxs fracasadxs (ni en ningún lado): la derrota ha quedado desterrada. Todxs encuentran consuelo en el like, en la lectura veloz, en ediciones baratas y rápidas, como nuestros tiempos.
La tecnología potencia nuevos caminos para la literatura, pero no se deja de pensar en el mash-up, en el beat, el glitch y la no-linealidad como últimas esperanzas: estamos tan cerca de un nuevo lenguaje literario como hace 60 años, cuando el código se volvió parte del quehacer artístico de una vanguardia dispuesta a dinamitarlo todo con autómatas, poesía tecnológica, disidencias estéticas y sociales y performances aumentados por dispositivos audiovisuales.
Nadie fracasa porque internet es inmenso y es inclemente: no hay un reducto para sentirse apocadx en un ambiente que se ha vuelto monótono y gris, a pesar del destello y la originalidad de un puñado.
Parafraseando: aquellos que se ven existen, y cuanto más se ven más existen y más importantes y talentosxs son. Lxs escritorxs quieren escribir a toda costa y volverse productos: apps de poemas y cuentos infalibles. Su carrera contra su propio olvido termina siendo profundamente triste, y como Eróstrato, están dispuestxs a todo con tal de aparecer en la foto, con un incendio de fondo del que ni siquiera son artífices.