Cuando no hay compañeras…
El pasado 9 de marzo, en un salón virtual de clases con la presencia exclusiva de estudiantes varones, un profesor de derecho anticipa a sus alumnos que va a hacer una pregunta “justa, equitativa y constitucional”. ¿Cuándo es el día del varón? ¿Cuándo tienen derecho a faltar, sin que se les ponga falta? Pasados unos segundos, insiste: “¿Dónde está la equidad?”. Un alumno responde que el 19 de noviembre. El profesor inmediatamente pregunta si ese día los varones tendrán la oportunidad de faltar, embriagarse y vomitar. Claro que no. Y entonces, ¿por qué pueden faltar? A mí me parece que esto es discriminatorio. En otro momento, el profesor celebra que, entre hombres, puedan expresarse libremente cuando no hay compañeras. ¿Por qué no hacemos clases nada más así? Yo soy de esa pinche idea. Para que lo vayan promoviendo.
Esto ocurrió en un día de paro nacional de mujeres en el marco de la conmemoración el Día Internacional de la Mujer. No se trataba de celebrar,nosetratabadedescansar,sinodeconmemorar las causas, las luchas y las pérdidas de las mujeres. Se trataba de visibilizar el machismo, la violencia, el acoso sexual, la marginación y la opresión constantes. Se trataba de que sus reclamosseescucharanconfuerzayquesupresencia se sintiera a través de su ausencia.
Preguntar cuándo es el día del varón en un contexto así no tiene nada de “justo, equitativo” ni“constitucional”.Enrealidad,esunamuestra indiscutible de ignorancia sobre lo que implica la discriminación y sobre la opresión sistemática que enfrentan las mujeres en todo el mundo. Es ignorar su lucha histórica por desmontar el patriarcado que impera en todas las relaciones públicas y privadas. No tiene sentido preguntar cuándo es el día de los hombres, porque no existe punto de comparación entre la posición deprivilegioquehemosocupadohistóricamenteyladiscriminación estructural que padecen las mujeres.
Muestra de ello es que, cuando no hay compañeras, hay hombres que piensan que todo está permitido: las burlas, la humillación, la degradación, el desprecio. Que
“entre hombres” rige un código social distinto; unacuerdotácitoysecretoenelquetodosequeda “entre amigos”; un espacio de “confianza” en el que se puede estar cómodo con el machismo propio y el de los “pares”; en el que es normal e incluso legítimo hablar de las mujeres como si fueran objetos, inferiores, menos. Lo que pasó en esa clase de derecho no fue un hecho aislado: sucede en grupos de Whatsapp, en pláticas entre amigos y en reuniones de negocios.
Detrás de este acuerdo hay una visión abiertamente misógina en la que el respeto básico por las mujeres es un estorbo, una piedra en el zapato. En la que la igualdad de género no es sino una regla de etiqueta —como usar un atuendo incómodo para un evento de gala. Esta es la visión del mundo que se transmite y normaliza desde la posición de un profesor universitario, en la intimidad de un salón de clases en el que impera la confianza de estar “entre hombres”, cuando no hay compañeras.
Al efectuarse desde una posición de poder en el ámbito académico, este discurso normaliza el machismo frente a las nuevas generaciones y perpetúa la discriminación. Además, representa una versión especialmente peligrosa de machismo: uno resentido y rencoroso; irritado frente a la posibilidad de que las mujeres luchen por sus derechos y tengan espacios para hacer valer sus reclamos o revindicar sus causas. Un machismo reaccionario y particularmente tóxico.
Debemos erradicar, de una vez por todas, estos semilleros que nutren y propagan la violencia machista contra la mujer. Aunque las estrategias de denuncia pública generan presión para que existan consecuencias reales, estos esfuerzos no son suficientes. Como hombres, y entre hombres, nuestra responsabilidad es denunciar, condenar y rechazar. No reír, no compartir, no validar. No basta con ser neutrales, porque en una sociedad desigual la neutralidad oprime.
Que quede claro: estos episodios no son un ejercicio de libertad de expresión o libertad de cátedra. Es machismo, es violencia, es discriminación, y eso —en cualquier contexto— es absolutamente inaceptable.
Debemos erradicar, de una vez por todas, los semilleros que propagan la violencia machista