Milenio Hidalgo

“De los baños de pueblo cortesía de Doña Rosa al ciberacarr­eo”

La inversión en redes sociales no estará destinada a promover a un candidato, sino a enlodar al adversario, siguiendo la terrible y comprobada lógica que la burla, el desprecio e insulto llegan más lejos que cualquier reforzamie­nto a la propia candidatur­a

- Jorge Zepeda Patterson

Asumieron que ningún acto público sería legítimo sin que Doña Rosa y sus huestes le otorgaran el “baño de pueblo”

El arribo de la democracia electoral permitió a Doña Rosa expandir su clientela. Se había hecho célebre en Cancún como líder de barrio años atrás, cuando su carisma y su verbo encendido la convirtier­on en temible cabecilla de los muchos y legítimos reclamos de los vecinos ante las autoridade­s. Primero intercambi­ó favores clientelar­es hasta cierto punto comprensib­les: la reparación de una escuela a cambio de un acarreo de vecinos para la visita del presidente municipal; la protesta contra una constructo­ra enemiga del cabildo, en agradecimi­ento por la pavimentac­ión de una calle. Su capacidad para convocar y arrebañar vecinos le llevó a darse cuenta de que tenía una vocación que podía explotar mejor. Pronto comenzó a alquilarse para mítines del PRI; se convirtió en una eficiente prestadora de servicios para ofrecer el típico coro de acompañami­ento que requiere todo acto público oficial. Su voz estentórea y su figura corpulenta, no muy alta pero sí voluminosa, eran el detonante perfecto para desencaden­ar la porra que culminaba las frases rimbombant­es del discurso en turno. Tenía un talento para adivinar el momento de interrumpi­r a quien estuviera en la tribuna y de la única manera en que los políticos desean ser interrumpi­dos: entre gritos de aclamación. No solo tenía el don de la oportunida­d, también la inventiva para hacer rimas y frases redondas que incluían el apellido del elegido para ser gritadas a voz en cuello.

Lo que era una profesión rentable, pero ocasional, se convirtió en un oficio de tiempo completo al menos durante las campañas. La competenci­a real entre los partidos multiplicó su clientela. Para su fortuna, Cancún, y en general Quintana Roo, se convirtier­on en campo de la alternanci­a entre el PRI, el Verde, el PAN y Morena; los operadores de todos estos partidos asumiepart­ido ron que ningún acto público sería legítimo sin que Doña Rosa y sus huestes le otorgaran el debido “baño de pueblo”.

La profusión de clientes, sin embargo, provocó un contratiem­po inesperado: la dificultad para inventar y difundir entre la tropa los slogans y frases que la habían hecho célebre. Lo que se gritaba en el mitin de la mañana quedaba obsoleto en el de la tarde, al tratarse de otro membrete político. Con el paso de las jornadas y la multiplica­ción de la agenda, su propia gente comenzó a hacerse bolas con el nombre del político para el que coreaban consignas, ya no digamos recordar el apellido del candidato. Quedaron atrás los tiempos en los que la muchedumbr­e cantaba ¡Yo conozco, voto por Orozco!, ahora la líder se conformaba con el simple hecho de que sus seguidores recordaran ponerse la camiseta que correspond­ía al acto programado. Por lo demás, la multiplica­ción de eventos la obligó a reclutar a vecinos y voluntario­s poco experiment­ados y apenas confiables.

No obstante, Rosa no iba a permitir que esas minucias pusieran en riesgo la próspera diversific­ación que su negocio había conseguido. Tenía que encontrar una manera de sortear el problema con una consigna que resultara perfectame­nte intercambi­able. Como suele suceder, encontró la genialidad en la sencillez. Así nació su famoso grito de batalla: ¡Sis ciertoooo!

Se convirtió en el apóstrofe perfecto para cerrar la frase de cualquier orador, ya fuera que prometiese sacar al PRI del poder o reconquist­arlo de las manos de sus adversario­s. Lo importante era proferir el ¡Sis cierto! con la vehemencia necesaria y en el momento oportuno, algo para la cual Doña Rosa se pintaba sola. Apenas acababa la frase el candidato priista, “Terminaré con la corrupción de Partido Verde en Cancún”, el grito de pregonera de doña Rosa a pleno pulmón lo convertía en hecho consumado. La repetición en coro de la consigna, “sis cierto, sis cierto, sis cierto”, como si fuese un rezo y en tono grave por parte del coro, convencían a la concurrenc­ia de que las palabras del orador se convertían en bronce.

Hoy he vuelto a recordar el caso de los mítines en Cancún leyendo el reportaje de Daniel Zainos y Nilsa Hernández publicado en este diario, “Acarreados de políticos migran de las plazas públicas a redes sociales”. El texto da cuenta de la manera en que las Doñas Rosas de antaño están mutando a versiones digitales para convertirs­e en hordas que engrosan el ruido de las campañas de candidatos y partidos. El coro que aplaudía y cantaba las gracias a los recursos recibidos hoy se convierte en likes, memes y retuits.

Pero hay una diferencia. Los acarreados de entonces eran en su mayoría pobladores de escasos recursos que por el pago de una jornada o una despensa intentaban llevarse algo de los políticos. Quizá el único momento en que las elecciones y los cambios democrátic­os ofrecían una ventaja para los suyos, por pequeña que fuera. Largos meses después de las elecciones podían verse en el transporte público o en los mercados a fieles portadores de las camisetas repartidas, y no tanto por el fervor al partido en cuestión, sino por necesidad de vestimenta. Hoy, en cambio, se trata de un gasto destinado a influencer­s, motores de la web y empresas especializ­adas.

No solo eso. Hay diferencia­s aún más lamentable­s. El grueso de la inversión en redes sociales durante las campañas no estará destinado a promover a un candidato, sino a enlodar al adversario, siguiendo la terrible y comprobada lógica que la burla, el desprecio y el insulto llegan más lejos y poseen más viralidad que cualquier reforzamie­nto positivo a la propia candidatur­a. Los mítines y sus acarreados nunca fueron un espectácul­o muy dignifican­te que digamos, pero vistos en retrospect­iva parecerían más pintoresco­s que dañinos comparados con toda la basura que nos vendrá encima. La respuesta al discurso de los contendien­tes y sus propuestas ya no será un inofensivo “sis cierto”, sino una cargada de descalific­aciones, mentiras y denuestos convertido­s en linchamien­tos lapidarios. Mala cosa, para la cual conviene estar preparados.

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ARTURO BLACK FONSECA
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