Porras para el poderoso
El sueño dorado del gobernante es actuar sin contratiempos, sin críticas. Generalmente está tan obstinado en la construcción de un futuro idílico, que concentra gran parte de su energía en asegurar la pervivencia de sus ideales y la construcción de su legado. Evidentemente, no todo puede salirle bien, por eso es importante que consolide una base de lealtades que desarticule, a fuerza de masa y un discurso más o menos estandarizado, basado en argumentos simplones pero efectivos, cualquier intento de crítica.
El poderoso, desde su posición que le permite vislumbrar proyectos de cambio “radical” a largo plazo, sueña con el control absoluto del presente y del destino. Para hacerlo posible reconstruirá, si es necesario, las narrativas del pasado, corregirá el rumbo de la Historia escribiendo nuevos mitos, inventando nuevos héroes… Y se hará de un séquito de amplificadores de su ideología dispuestos a defender, incluso, lo indefendible. En realidad, está fuera de la naturaleza de su ejercicio concebir un país en el que haya que ceder una porción del futuro soñado.
En todo caso, el poderoso hace lo que tiene que hacer: consolidarse y proyectarse al futuro en forma de ideas, de palabras: constituirse en un estilo de parteaguas de la Historia. Los defensores acérrimos, obnubilados por el brillo de los líderes, se acercan lastimosamente a la grandeza dispuestos a sacrificar, incluso, su sentido común a cambio de un poco del fulgor de los tiempos que corren. El poderoso, claro, sabe aprovechar un grupo de porristas dispuesto a hacer el trabajo sucio, a traicionarse a sí mismo con tal de estar del lado “correcto” de la Historia. A nuestro proyecto de nación le basta un grupo de porristas, nada más, al parecer.