Estrofas en la tormenta
En los últimos siglos, el progreso de la ciencia ha sido tan asombroso que hemos llegado a considerar habitual una vida larga, saludable y pacífica. Sin embargo, nuestros antepasados convivían con la fragilidad de sus cuerpos y la amenaza constante del caos y la devastación. La esperanza de envejecer sanos es un logro demasiado joven. Como la prosperidad era una excepción, los antiguos acuñaron un muestrario de palabras para describir la adversidad.
“Pandemia” significaba en griego ‘lo que afecta a todo el pueblo’ –en aquella época, lo universal no era la sanidad, sino la infección–. También es un término clásico “catástrofe”. Al principio se refería a la última parte de una obra teatral, cuando sucedía un vuelco que estremecía al espectador. Con el tiempo, se aplicó a los cataclismos naturales. Una “hecatombe” era en origen un sacrificio de cien bueyes que los helenos ofrendaban a los dioses para invocar su amparo frente a las plagas o sequías que desencadenaban hambrunas. El “desastre” se anunciaba cuando las estrellas –los astros– presagiaban desgracia. Todo este vocabulario refleja el hábito cotidiano de afrontar la fatalidad. Como herencia, aquellos desprotegidos griegos nos legaron su fe en el poder de la belleza, la poesía y las canciones contra la pena: acallaban el rugido de las catástrofes con el susurro de sus estrofas.
*Autora de El infinito en un junco