Cuando las palabras sobran
Temas hay muchos, incluso para una columna de cultura. La crisis de las industrias creativas de cara a una situación económica y sanitaria que, por razones humanas y no humanas, no acaba de resolverse, y a un virus que no acaba de irse. (La noche previa a escribir este texto, sostengo una reunión vía Zoom: durante su curso, una de las asistentes recibe el resultado positivo de su prueba de covid-19; más tarde, otro se excusa por tener que atender a su madre, enferma del mismo padecimiento). La necesaria y todavía difusa reconversión –industrial como de lenguaje– de las artes vivas pero también de lo audiovisual a la luz de los cambios que la pandemia ha acarreado en los hábitos de consumo cultural. El justamente polémico Proyecto Chapultepec y las consecuencias que ha traído para el presupuesto de cultura y para la situación de sus trabajadores en México. Todo tan importante que lo consigno pese a que hace horas que no ocupa mi cabeza. Nada tan importante como para obligarme a abordarlo hoy o como para obligar al lector a leerlo.
24 personas han muerto, cuatro quedaron atrapadas en un vagón de metro. 69 están hospitalizadas por la misma razón. Cierto: el covid cobra más vidas y redunda en más hospitalizaciones todos los días. Sólo que estas muertes y estas heridas no tienen un solo factor no humano. Su origen es, en el mejor de los casos, la negligencia de las autoridades, en el peor la negligencia y la corrupción.
Peor: aún si de refilón, la tragedia me toca. Durante años fui usuario frecuente de la línea 12 del metro de la Ciudad de México (aun si no frecuentaba esa estación). Durante años una persona querida a la que veo todos los días fue su usuaria cotidiana, y sólo la medida pandémica de cambiar su medio de transporte la salvó de haber sido víctima potencial.
Podría lanzarme a reclamar a los presuntos responsables con nombre y apellido: habría lucro político en ello. Podría escribir un lamento por los caídos en la estación Olivos: no tengo derecho; no soy su deudo. Hoy las palabras sólo me sirven para una cosa: para decir que hay oportunidades en que las palabras sobran.
Ésta es una de ellas.
Podría escribir un lamento por los caídos en la estación Olivos: no tengo derecho; no soy su deudo