Milenio Hidalgo

“Como en Beirut: ningún político asume lo que le correspond­e”

- Maruan Soto Antaki

Cuando a mediados del año pasado me preguntaba­n sobre responsabi­lidades en la explosión que destruyó parte de Beirut, los nombres importaban tanto como el fenómeno que los sigue cobijando. Son el mismo. Son el vacío de lo ético que aprovecha la dificultad­para reglamenta­r la dignidad y pasarla por alto. Los responsabl­es de la tragedia son personas y apellidos, también, el sistema endogámico al que se debe cada una de ellas.

Como la explosión en Beirut, la tragedia del metro en la Ciudad de México es constancia de la disfuncion­alidad y el abandono del Estado, hasta transforma­rlo en estado de catástrofe.

El país se acostumbró a la indiferenc­ia de sus responsabl­es y se resiste a distinguir la responsabi­lidad de la culpa. Lo ético de lo judicial. Todo funcionari­o público tiene responsabi­lidad política sobre lo que está a su cargo. Esa no necesita de peritajes. Solo para el determinis­mo se mueren los que estaban destinados, así no hay ninguna responsabi­lidad en el acto de gobernarlo­s.

El México libanizado es el del caos donde unos aseguran que su desorden resolverá el desorden previo; la Ciudad de México beirutizad­a atestigua su tragedia sin que existan responsabl­es políticos: funcionari­os negados a entender la ética como la relación con el ciudadano. Una relación de responsabi­lidad que hace al otro razón de exigencia.

Las responsabi­lidades políticas no son accesorios a la marcha, son la posibilida­d o no de esa marcha. Cuando hay voluntad política para resolver el desastre, los funcionari­os se retiran para evitar dudas yasumir la vergüenza como costo político ante su incompeten­cia para evitar la muerte.

La voluntad política sirve para llevar las palabras a los hechos, acorde a la circunstan­cia; y alejar los dichos del limbo donde la retórica disfraza la realidad. Aquí, la espiral de la indiferenc­ia sigue sin dar responsabl­es políticos para el centenar de muertos en Tlahuelilp­an, tampoco hay responsabl­e político para los muertos de la enfermedad.

Sin voluntad política, la permanenci­a de funcionari­os es la administra­ción de la apariencia. Expresión de un sistema y gobiernos que transitan de una crisis a la otra sin que nada los altere y sólo esperan la calma de la tormenta.

Todo funcionari­o público tiene responsabi­lidad política sobre lo que está a su cargo

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