Pues sí, un país muy complicado de gobernar
Decían que gobernar era fácil. Tan sencillo como perforar pozos petroleros. Sí, ajá. Llegas con un pico, comienzas a cavar y al rato ya brota el oro negro. En aguas profundas quién sabe cómo está el asunto pero, en fin, nosotros los mexicanos vivimos, hasta nuevo aviso, en tierra firme.
Imaginen —ya que el tema es lo de llevar las riendas de este país— que los señores de la CNTE bloquean las vías del ferrocarril como acostumbran cada vez que sienten merecer mayores prebendas y que el jefe del Ejecutivo, encargado de salvaguardar el orden público por mandato de doña Constitución, se siente vagamente obligado a hacer algo al respecto. Ahí la cosa ya se complica bastante: si el mentado Presidente de la República responde con firmeza, ¡ay, mamá!, va a cargar de por vida con el infamante estigma de ser un “represor”, por no hablar de que se desate una auténtica oleada de “protestas sociales”, de las correspondientes algaradas, cortes de carreteras y actos vandálicos. El líder supremo decide entonces no actuar. Es más, manda a algún negociador para que atienda amablemente a los belicosos peticionarios. El problema es que pasa el tiempo y que las pérdidas económicas son colosales. Y lo peor, al final, es que los acuerdos alcanzados son transitorios. Al año siguiente, nuevos bloqueos y nuevas exigencias. Más quebrantos y, por si no fuera ya demasiado, cancelaciones de proyectos productivos precisamente por la falta de certezas jurídicas. Muy fácil, ¿no es cierto? Pan comido, como se dice coloquialmente.
Y esto es meramente el relato de un asunto específico. Uno de los tantísimos conflictos que tienen lugar en este país. Hay decenas y decenas de otras morrocotudas complicaciones: la delincuencia, la pobreza, el deterioro del medio ambiente, el estrepitoso fracaso del proyecto educativo nacional, la salud de la población, la falta de infraestructura, la desigualdad en el desarrollo, etcétera, etcétera.
Y están igualmente las cuestiones, digamos, culturales: en México no promovemos, por una atávica irresponsabilidad, el mantenimiento de los bienes públicos y las obras se realizan, de origen, de manera muy deficiente.
Gobernar, pues sí, es algo tan simple, y a la vez tan complejo, como asegurar que no se derrumben las vías del Metro.
No promovemos el mantenimiento de los bienes públicos