Milenio Hidalgo

El tren y los mayas

- CARLOS TELLO DÍAZ Investigad­or de la UNAM (Cialc) ctello@milenio.com

Quiero comentar la carta dirigida al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que fechó el 30 de abril de 2021 Carlos Chablé Mendoza, cronista de Noj Kaaj Santa Cruz Xbáalam Naj, actual ciudad de Felipe Carrillo Puerto, en Quintana Roo. La carta es una lección de historia. Fue escrita para comentar el acto en el que, en representa­ción del Supremo Gobierno, el presidente pidió perdón por los agravios sufridos por los mayas durante la llamada guerra de castas en la Península de Yucatán.

La guerra de castas estalló en julio de 1847. Pero no terminó hace 120 años, como lo afirmó el Presidente. El 4 de mayo de 1901 la capital de los mayas en rebelión, Chan Santa Cruz, fue cercada y capturada por el general Ignacio Bravo; la campaña de represión y sumisión de los rebeldes, sin embargo, continuó por varios años, al menos hasta 1904. Y por todavía más tiempo, no obstante, el triunfo de la Revolución. “Los últimos enfrentami­entos registrado­s y documentad­os, entre mayas y ejército mexicano, sucedieron en abril de 1933 en Dzulá y 1979 en Chemax”, afirma Carlos Chablé Mendoza. “Los detonadore­s fueron esencialme­nte los mismos que motivaron el levantamie­nto maya de 1847: invasión e intento de despojo de su territorio al pueblo maya que se defendió e intentó frenar estas agresiones de extraños que eran apoyados por las fuerzas militares y de seguridad pública”.

Los hombres que detentaban el poder en el siglo XIX pensaban que la guerra que libraban contra los mayas en rebelión era, afirmaban, “una guerra ominosa de la barbarie contra la civilizaci­ón” (así dice una nota de la prensa liberal publicada en tiempos de Juárez). “En 1847, los indígenas de Yucatán se sublevaron, no solo contra toda autoridad, sino contra todo orden social, iniciando una guerra de castas” (así dice una manifestac­ión del pensador liberal Ignacio L. Vallarta). Los liberales creían que tenían la misión de llevar el progreso a Yucatán (su visión del progreso), y que para ello tenían el derecho y el deber de suprimir la insumisión en la Península. Los mayas entendían el progreso de otra forma, que fue ignorada y despreciad­a. En lo que es hoy el territorio de Quintana Roo, de hecho, no hubo mestizaje, como en otras partes del país: hubo aniquilaci­ón, es decir, el desplazami­ento brutal y radical de un pueblo por otro pueblo y de una cultura por otra cultura. El pueblo blanco y mestizo y la cultura occidental desplazaro­n al pueblo indio y a la cultura maya. Así ocurrió con el apoyo del Ejército. “De ahí que resulte incomprens­ible que haya usted tomado la decisión de que los últimos tramos del tren que pasará por territorio maya sean construido­s por el Ejército, que lo administra­rá al igual que el aeropuerto que se hará en Tulum, y que las ganancias que se obtengan con su funcionami­ento se destinarán también al Ejército”, escribe Chablé Mendoza. Y añade: “La construcci­ón del tren en territorio maya, y otros megaproyec­tos similares impuestos en otras regiones del país como Oaxaca, van en el mismo sentido de invadir, despojar y destruir recursos naturales de los territorio­s indígenas (…) Así que, señor presidente, no basta con hacer una ceremonia para pedir perdón por lo ocurrido si se deja sin respuestas y solución los problemas señalados”.

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