El espejo cubano
Susan Sontag escribió en 1968: “el liderazgo cubano mide el éxito de la revolución en primer lugar por sus avances en la creación de una nueva conciencia, y solo en segundo lugar por el desarrollo de la productividad económica del país, de la que depende asegurar su viabilidad política”. Al hacerlo, estaba glosando las ideas de sus “héroes y modelos” Fidel Castro y el Che Guevara, según se lee en Sontag. Vida y obra (Anagrama, 2020), de Benjamin Moser.
En la segunda década del siglo XXI, Andrés Manuel López Obrador habla de fomentar “la revolución de las conciencias”, de crear una nueva clase media “con dimensión social (…), no individualista, clasista, racista”. Sus palabras parecen calcadas de El socialismo y el hombre en Cuba (1965), donde el Che indica: “Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas”.
El mandatario mexicano, inspirado quizá en los históricos líderes cubanos, ha prometido la creación de un índice alternativo al Producto Interno Bruto para medir el bienestar y la felicidad del pueblo, cada vez más empobrecido. Con la mirada en el pasado, no advierte el fracaso de aquella utopía, elogiada por tantos en sus primeros años, cuando el Che decía: “El presente es de lucha; el futuro es nuestro”.
En estas horas inciertas, Leonardo Padura ha escrito sobre la situación en su país, habla del duelo de acusaciones entre opositores y autoridades, condena el bloqueo económico, las campañas mediáticas interesadas, llama al régimen a ofrecer soluciones a las legítimas demandas ciudadanas, pide reflexionar y señala: nada le quita “un ápice de razón al alarido que hemos escuchado. Un grito que es también el resultado de la desesperación de una sociedad que atraviesa no solo una larga crisis económica y una puntual crisis sanitaria, sino también una crisis de confianza y una pérdida de expectativas”.
El presidente mexicano debería escucharlo y mirar en el espejo cubano los saldos de la soberbia, del peligro de distanciarse de la realidad por andar escuchando a los lambiscones de siempre.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.
Nada le quita “un ápice de razón al alarido que hemos escuchado”