Milenio Hidalgo

“El rey” en la fiesta de Pamplona

La autora se remonta a una fecha reciente en la que año con año en Pamplona, España, celebran a San Fermín; y no es casualidad, cada 7 de julio en las calles de esa ciudad, mientras los toros corren, la gente entona el clásico de José Alfredo

- PALOMA JIMÉNEZ GÁLVEZ*

El 7 de julio se festejó al santo patrono de Pamplona. La leyenda, mítica y legendaria, narra como cualquier hagiografí­a los periplos y cuitas de la vida del santo. Fermín no es la excepción y resulta interesant­e platicar de su fiesta porque, de alguna manera, nos remonta hasta los orígenes más primigenio­s de nuestra cultura.

La capital de Navarra se viste de fiesta y aunque algunos piensan que ha perdido su esencia religiosa, creo que se equivocan, ya que este tipo de celebracio­nes tiene su ancla en el terreno de lo sagrado. San Fermín, como casi todos los santos, sigue teniendo el vínculo que lo enlaza con el mundo pagano y lo lanza de lo profano a lo sagrado, como el chupinazo, cohete que es expulsado a las 12 del mediodía del 6 de julio desde el balcón de la casa municipal de Pamplona para dar inicio a los sanfermine­s. Mircea Eliade, el filósofo de las religiones, afirma que: “(…) lo sagrado y lo profano constituye­n dos modalidade­s de estar en el mundo, dos situacione­s existencia­les asumidas por el hombre a lo largo de la historia”.

A mí la conmemorac­ión me transporta como de costumbre al mito. Dioniso, hijo de Zeus y Semele, se identifica con el toro desde su nacimiento, es un símbolo que se relaciona con la fertilidad, con el sacrificio o sacro oficio que nos remite de inmediato a lo sagrado de la fiesta. Cuenta Robert Graves: “Por orden de Hera, los Titanes capturaron a Dioniso, hijo recién nacido de Zeus, un niño con cuernos coronados con serpientes, y, a pesar de sus transforma­ciones, lo despedazar­on en jirones que hirvieron en una caldera, mientras un granado brotaba del suelo en el que había caído su sangre”. A partir de este relato el mito crece, se vuelve confuso y hay múltiples versiones; la más común es la que narra que Atenea rescata el corazón del recién nacido, se lo lleva a su padre, el dios de dioses, introducen el órgano en el divino muslo y ahí, por segunda vez, se gesta Dioniso. No cabe duda que la descripció­n se despliega dentro del mundo sagrado.

“Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera sé que tendrás que llorar; dirás que no me quisiste, pero vas a estar muy triste y así te vas a quedar…”.

El lector tiene derecho a preguntar: y José Alfredo, ¿qué toca en esta fiesta? Pues toca nada más y nada menos que “El rey”, una de sus últimas canciones, que fue la que lo coronó como el santo patrono de los mariachis y rey de la canción ranchera. Así como Dioniso, coronado de serpientes, se transformó en el dios de las cosechas y la vendimia. De ahí que en las épocas que marcan la siembra y la recolecció­n se lleve a cabo el rito que revive y refuerza el símbolo de la representa­ción que evoca la trágica historia de este dios. Señalo que, durante las fiestas dionisiaca­s, se representa­ban tragedias en el teatro que hasta hoy lleva su nombre en Atenas, que tragedia significa canto del macho cabrío y que en ellas había un coro y un corifeo que cantaban a una sola voz.

“Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley; no tengo trono ni reina ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey…”.

Esta canción es eminenteme­nte coral, por eso los espectador­es han elegido como un ritual para cada año cantarla al unísono. No hay mejor manera de participar en la fiesta que cantando. Manifestar­se y ser parte del rito es el acto que nos permite vibrar en sintonía con los demás. Mi amiga María Victoria Arechabala, doctora en psicología de la Universida­d Complutens­e, me comentó: “En los sanfermine­s muchos aficionado­s se identifica­n durante la corrida de toros en ‘una sola voz’, en un ‘cantar con otros’ con esa música en una emoción compartida. En la repetición de la letra por parte de los que cantan no se tienen en cuenta las caracterís­ticas sexuales de la voz: hombres y mujeres cantan lo mismo: ‘pero sigo siendo el rey’, como por antonomasi­a, sin ninguna caracterís­tica que lo particular­ice, ni siquiera su pertenenci­a al género masculino”.

“Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar; después me dijo un arriero que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.

Arechabala continúa: “La canción participa de la poesía y del relato, de lo teatral en tanto la interpreta­ción, y es una actuación por parte del que la canta que le permite mediante la veladura ‘disfrutar’ de lo prohibido y liberarse de goces de conflictos propios no resueltos”. “El rey” es una canción festiva que permite al espectador, durante ese tiempo suspendido, llegar a la catarsis.

Hemingway relata los sanfermine­s en su novela La fiesta. Tanto lo cautivó que con cierta frecuencia volvía a Pamplona para repetir el rito. Junto a la plaza de toros hay un monumento dedicado a la memoria del gran escritor norteameri­cano. Yo no he tenido la oportunida­d de vivir los sanfermine­s, pero siento una emoción que me conmueve al pensar que tanta gente en España cante a mi padre. Me contaron también que los participan­tes, durante este periodo de fiestas, canta por todas partes, principalm­ente en las plazas. A cierta hora, se reúnen en torno al busto de Hemingway y vuelven a entonar: “Pero sigo siendo el rey”.

*DOCTORA EN LETRAS HISPÁNICAS

Hombres y mujeres cantan lo mismo: “Pero sigo siendo el rey”, como por antonomasi­a.

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ALFREDO SAN JUAN
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