La lección de la orca
Leo, en el adelanto del nuevo libro de Justin Gregg, If Nietzsche Were a Narwhal, la triste historia de Tahlequah, una orca de veinte años que el 24 de julio de 2018 dio a luz a su segunda cría, Tali. Unos días después, la bebé murió. Entonces, Tahlequah comenzó a llevar a su hija muerta a todas partes, en una aparente muestra de dolor que sorprendió incluso a los científicos más apáticos.
Durante este llamado “recorrido del duelo”, Tahlequah apenas comió y cuando tuvo que dormir, los miembros de su familia se turnaron para llevar el cadáver de Tali, como si compartieran el rito, la responsabilidad del cuerpo y el dolor. El 12 de agosto, luego de 17 días, Tahlequah dejó ir a su bebé. Poco después, científicos del Centro de Observación de Ballenas, ubicado en las costas de Washington, la monitorearon cazando salmones en las islas San Juan. Tahlequah había superado su pérdida: siguió adelante.
Nos gusta pensar que ahí hay tristeza y compasión, pues hay evidencia de comportamientos similares en otros mamíferos marinos: los delfines empujan a sus familiares enfermos a la superficie para ayudarlos a respirar.
Supongo que estamos lejos de saber si hay ahí un acto de amor, aunque expertos en conducta animal argumentan que atribuirles sentimientos humanos a los animales es injusto… además de poco científico.
Sin embargo, yo prefiero creer en el dolor y la tristeza como condiciones universales de la vida: el aferrarse mediante la tristeza a lo perdido. Entonces, habrá que aprender la lección de la orca: mirar a nuestros muertos hundirse en lo profundo del océano para volver a ser quienes éramos antes de su irremediable pérdida.