Para la memoria y justicia
Cerrar septiembre con la memoria de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y abrir octubre con los recuerdos de Tlatelolco es la prueba de que aquello imperdonable no es irrepetible.
Pasaron cuarenta y ocho años entre uno y otro suceso, periodo en el que hubo cambios en el país en economía, estructura política e incluso reformas constitucionales; sin embargo, nada de eso fue garantía para evitar que se replicara una agresión a estudiantes en donde se vieran involucrados actores y órganos de gobierno. Las consignas estudiantiles en defensa de la justicia social quedaron pisoteadas debajo de violaciones a derechos humanos en hechos aún no clarificados, de ninguno de los dos sucesos. La búsqueda de justicia también esta en deuda para las víc- timas y sus familias.
El octubre del 68 ha sido uno de los episodios más fatídicos de la historia de México, que ha ganado visibilidad a través de investigación y documentales fuera del país; es un hecho vergonzoso no sólo por lo sucedido en esa noche, sino porque tras casi cinco décadas la impunidad sigue siendo su herencia.
Por eso no podemos permitir, como sociedad mexicana, que la noche de Iguala de septiembre de 2014 repita la historia de total injusticia. Las autoridades responsables de la impartición de justicia deben un trabajo que recoloque la dignidad transgredida. La herida de octubre se conserva tras los testimonios de sobrevivientes, testigos y sus familias; aún quienes no lo vivimos empatizamos con el sentimiento de frustración y el anhelo de que la memoria viva para la exigencia, que el perdón indulgente no llegue a los responsables toda vez que no hay muestra de arrepentimientos.
Pero no se trata de acumular sucesos porque sostener la búsqueda de justicia no debería ser un trabajo de por vida.
El octubre del 68 ha sido uno de los episodios más fatídicos de la historia de México