¿Qué quiere el pueblo? (y III)
El pueblo se equivoca. El pueblo toma malas decisiones. El pueblo se deja llevar por el rudimentario discurso de los déspotas y termina pagando las consecuencias de haber menospreciado en su momento el supremo valor de la libertad. El pueblo sigue a sujetos de la calaña de un Donald Trump y se traga sin mayores reservas la especie de que se perpetró un morrocotudo fraude electoral en un país indiscutiblemente democrático. El pueblo llegó a apoyar masivamente a Vladimir Putin hasta poco antes de que emprendiera su catastrófica aventura militar.
La primerísima de las señales de alarma que se tendría que encender es, justamente, la que avisa de que el poder político se está concentrando en las manos de un solo individuo. El pueblo debería de contentarse con que la cosa pública fuera administrada por un personaje gris y poco carismático pero con la capacidad de ofrecer una gobernanza de buenos resultados. Pues no, miren, el pueblo se embelesa con los vanidosos egocéntricos y, obnubilado en su fanática adoración, le va cediendo paulatinamente su soberanía personal al caudillo vociferante para irse quedando sin voz ni voto. Al final del camino, al ciudadano no le resta otra alternativa que el sometimiento y la obligada subordinación a los dictados de la tiranía. Los opresores son atrayentes y hechiceros en su primera versión pero su demagogia original se transforma en odiosa palabrería cuando la realidad desmiente, a cada paso, las descaradas mentiras de su retórica.
La receta la conocen muy bien los taimados manipuladores de la voluntad popular: es un cóctel hecho de promesas, acusaciones, repartición de culpas, revanchismo y, sobre todo, calculada apropiación de las demandas del pueblo a partir del instante en que el demagogo populista se otorga el papel de su único y exclusivo emisario. Nadie más representa los sacrosantos intereses de la nación profunda y a quienes no comulgan con la gran cruzada salvadora se les endosa el papel de traidores a la patria. Gobernar bien no es contentar al pueblo como en un programa radiofónico de complacencias. Es garantizarle derechos reales, brindarle certezas jurídicas para acabar con su indefensión ante las arbitrariedades del poder y, sobre todo, asegurarle el entorno de paz que necesita para vivir la vida. Pues…
A quienes no comulgan con la gran cruzada salvadora se les endosa el papel de traidores