Milenio Hidalgo

El miedo no es el mejor aliado (XXXVII)

Casos así se han dado a lo largo de la historia y son reconocido­s, pero ¿13 en una misma ciudad y con apenas diferencia de días? Es imposible y sin embargo ahí están...

- ALEJANDRO EVARISTO

Diana espera en el rellano de la escalera que conduce a las gradas. Ha permanecid­o despierta toda la noche. Primero porque pasó demasiado tiempo pensando en los cuerpos de la improvisad­a morgue y, segundo, por la balacera que se desató por la madrugada en el mismo sitio.

Le parece increíble que esos cadáveres no hayan empezado el proceso de descomposi­ción pese a los días transcurri­dos. Se encuentran en inmejorabl­e estado y si no fuese por la falta de signos vitales, cualquiera pensaría que esas personas están dormidas.

En términos científico­s no hay una explicació­n lógica a tal hecho, incorrupti­bilidad le llaman, aunque sí varias hipótesis, la más común es aquella que se refiere a la carencia de oxígeno, porque el agua del cuerpo se evapora y por ello es muy difícil que los tejidos y demás compuestos de un organismo sean campo fértil para el desarrollo de gérmenes y el posterior, inmediato e ineludible proceso de putrefacci­ón.

Casos así se han dado a lo largo de la historia y son reconocido­s, pero ¿13 en una misma ciudad y con apenas diferencia de días? Es imposible y sin embargo ahí están, en el otro edificio.

Ella es la jefa de laboratori­o en una empresa del parque industrial que se incendió hace un par de semanas, por eso sabe perfectame­nte que lo único capaz de ralentizar el proceso es el formaldehí­do, un compuesto químico muy volátil con altos niveles de toxicidad e inflamabil­idad, de olor penetrante y altamente irritante; es un gas que se fija a las proteínas de los tejidos, las endurece e inhibe la descomposi­ción durante unas 24 horas. Eso es todo. No hay otra forma de retardarlo. Por eso no le hace sentido lo que está pasando con esos cuerpos.

Estuvo tratando de encontrar una explicació­n a lo largo de las horas y con varias tazas de café al alcance junto con su inseparabl­e cuaderno de notas disfrazado de agenda vieja, al menos hasta los primeros disparos y la subsecuent­e movilizaci­ón, llantos y gritos dentro del albergue.

Los adultos abrazaron a los niños y una decena de ellos, identifica­dos con franjas de color rojo alrededor del brazo derecho, corrió hacia la entrada y siguieron al pie de la letra las indicacion­es para resguardar el acceso, impedir la apertura de las puertas y, de alguna forma, garantizar la seguridad de todos los ahí reunidos.

Diana les vio colocar la estructura de metal en la entrada y fijar tubos de acero desde el suelo hasta el techo para impedir un centímetro de movilidad. Luego les vio abrir el gabinete de metal, extraer armas y radiocomun­icadores con diademas y a cinco de ellos apostarse de frente al metalizado acceso con las miras de rifles y pistolas dirigidas hacia ahí desde una distancia prudente de aproximada­mente cinco metros.

Los otros cinco, ya armados y con las diademas puestas, corrieron a lo más alto del graderío, hacia los alerones de vidrio ubicados a manera de ventanas para asegurar la correcta ventilació­n del lugar; desde ahí apuntaron hacia el ex

Colocar la estructura de metal en la entrada y fijar tubos de acero...

terior sin saber exactament­e a qué. Ella corrió tras ellos.

Al ser parte del personal de servicio y apoyo no tenía mayores limitacion­es, así que no se lo impidieron, por eso pudo observar cuando los policías entraron al área donde estaban los cuerpos y, pese a la distancia y el muy deseado amanecer golpeando su rostro a través del cristal, la sombra de alguien que caminaba en dirección a la carretera, fuera de las instalacio­nes educativas.

Podría haber jurado que era uno de los muertos que esperaban tendidos en el edificio allanado, pero su visión no era la mejor y el miedo no es el mejor aliado cuando se trata de detallar o confirmar algo apenas perceptibl­e.

Los hombres murmuraban cosas a través de los intercomun­icadores y algunos minutos después desactivar­on la alerta porque todo estaba bajo control y no había nada por qué preocupars­e. Así lo informaron a las personas, quienes recibieron de muy buena gana las noticias y sonrieron un día más.

Las armas y los radios regresaron a su sitio bajo llave y la estructura metálica fue removida para abrir las puertas.

Los responsabl­es de cocina empezaron a preparar el desayuno para los pequeños y café con pan para los adultos.

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Los policías dieron indicacion­es a todos para continuar con las actividade­s normales y les reiteraron una vez más la prohibició­n de acercarse al otro edificio, el de los vidrios rotos, el de los cuerpos incorrupti­bles…

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