El miedo no es el mejor aliado (XXXVII)
Casos así se han dado a lo largo de la historia y son reconocidos, pero ¿13 en una misma ciudad y con apenas diferencia de días? Es imposible y sin embargo ahí están...
Diana espera en el rellano de la escalera que conduce a las gradas. Ha permanecido despierta toda la noche. Primero porque pasó demasiado tiempo pensando en los cuerpos de la improvisada morgue y, segundo, por la balacera que se desató por la madrugada en el mismo sitio.
Le parece increíble que esos cadáveres no hayan empezado el proceso de descomposición pese a los días transcurridos. Se encuentran en inmejorable estado y si no fuese por la falta de signos vitales, cualquiera pensaría que esas personas están dormidas.
En términos científicos no hay una explicación lógica a tal hecho, incorruptibilidad le llaman, aunque sí varias hipótesis, la más común es aquella que se refiere a la carencia de oxígeno, porque el agua del cuerpo se evapora y por ello es muy difícil que los tejidos y demás compuestos de un organismo sean campo fértil para el desarrollo de gérmenes y el posterior, inmediato e ineludible proceso de putrefacción.
Casos así se han dado a lo largo de la historia y son reconocidos, pero ¿13 en una misma ciudad y con apenas diferencia de días? Es imposible y sin embargo ahí están, en el otro edificio.
Ella es la jefa de laboratorio en una empresa del parque industrial que se incendió hace un par de semanas, por eso sabe perfectamente que lo único capaz de ralentizar el proceso es el formaldehído, un compuesto químico muy volátil con altos niveles de toxicidad e inflamabilidad, de olor penetrante y altamente irritante; es un gas que se fija a las proteínas de los tejidos, las endurece e inhibe la descomposición durante unas 24 horas. Eso es todo. No hay otra forma de retardarlo. Por eso no le hace sentido lo que está pasando con esos cuerpos.
Estuvo tratando de encontrar una explicación a lo largo de las horas y con varias tazas de café al alcance junto con su inseparable cuaderno de notas disfrazado de agenda vieja, al menos hasta los primeros disparos y la subsecuente movilización, llantos y gritos dentro del albergue.
Los adultos abrazaron a los niños y una decena de ellos, identificados con franjas de color rojo alrededor del brazo derecho, corrió hacia la entrada y siguieron al pie de la letra las indicaciones para resguardar el acceso, impedir la apertura de las puertas y, de alguna forma, garantizar la seguridad de todos los ahí reunidos.
Diana les vio colocar la estructura de metal en la entrada y fijar tubos de acero desde el suelo hasta el techo para impedir un centímetro de movilidad. Luego les vio abrir el gabinete de metal, extraer armas y radiocomunicadores con diademas y a cinco de ellos apostarse de frente al metalizado acceso con las miras de rifles y pistolas dirigidas hacia ahí desde una distancia prudente de aproximadamente cinco metros.
Los otros cinco, ya armados y con las diademas puestas, corrieron a lo más alto del graderío, hacia los alerones de vidrio ubicados a manera de ventanas para asegurar la correcta ventilación del lugar; desde ahí apuntaron hacia el ex
Colocar la estructura de metal en la entrada y fijar tubos de acero...
terior sin saber exactamente a qué. Ella corrió tras ellos.
Al ser parte del personal de servicio y apoyo no tenía mayores limitaciones, así que no se lo impidieron, por eso pudo observar cuando los policías entraron al área donde estaban los cuerpos y, pese a la distancia y el muy deseado amanecer golpeando su rostro a través del cristal, la sombra de alguien que caminaba en dirección a la carretera, fuera de las instalaciones educativas.
Podría haber jurado que era uno de los muertos que esperaban tendidos en el edificio allanado, pero su visión no era la mejor y el miedo no es el mejor aliado cuando se trata de detallar o confirmar algo apenas perceptible.
Los hombres murmuraban cosas a través de los intercomunicadores y algunos minutos después desactivaron la alerta porque todo estaba bajo control y no había nada por qué preocuparse. Así lo informaron a las personas, quienes recibieron de muy buena gana las noticias y sonrieron un día más.
Las armas y los radios regresaron a su sitio bajo llave y la estructura metálica fue removida para abrir las puertas.
Los responsables de cocina empezaron a preparar el desayuno para los pequeños y café con pan para los adultos.
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Los policías dieron indicaciones a todos para continuar con las actividades normales y les reiteraron una vez más la prohibición de acercarse al otro edificio, el de los vidrios rotos, el de los cuerpos incorruptibles…