Hacia una escuela crítica
La Nueva Escuela Mexicana, como plan político-educativo se constituye como un elemento para construir un proyecto de nación que busca la transformación social
Transitar hacia una escuela crítica no es sencillo, es un proceso permanente y largo. No sólo se trata de enunciarlo y decirle a los docentes que tienen que emanciparse de tradiciones pedagógicas y transformar su práctica. Si así fueran las cosas, las reformas anteriores hubieran colocado a nuestra educación en mejores lugares.
Transitar hacia una escuela crítica implica un reconocimiento de nuestra historia y contexto.
Tener presente nuestras posibilidades y limitaciones. Ser consciente de nuestro saber pedagógico y de lo que ignoramos. La criticidad nos exige comunidad, colectividad y un buen manejo de nuestras individualidades.
La escuela crítica va más allá del discurso retórico y solo encuentra terreno fértil en una práctica que articula pensamiento y acción permanentemente.
Un punto de partida para transitar hacia una escuela crítica sin duda alguna es hacer un reconocimiento de lo que hasta ahora hemos hecho y cómo lo hemos hecho.
Tener claro que la construcción colectiva de propósitos, estrategias y acciones es primordial. Si no nos identificamos con el proyecto de escuela que queremos, difícilmente podemos contribuir a su desarrollo.
La escuela necesitamos pensarla desde nuestra individualidad, nuestras capacidades y de cómo podemos encontrar puntos en común con los otros. El sentido de colectividad entonces orientará el trayecto escolar.
Una escuela crítica se construye sobre la base de realidades y no de discursos. El dialogo permanente entre el colectivo permite reflexionar las problemáticas y posibilidades de acción para superarlas. No sobre la aspiración relajante e ingenua de superación sino de la firmeza del saber pedagógico que emana de un pensamiento y juicio crítico.
Transitar hacia una escuela crítica nos exige ser prudentes con la política educativa vigente, encontrar el sentido de sus planteamientos, analizarlos para poder aclarar las intenciones educativas y solo entonces comprender la forma de concretarla en la práctica cotidiana.
La Nueva Escuela Mexicana, como proyecto político-educativo se constituye como un elemento para construir un proyecto de nación que busca la transformación social.
El currículum entonces es un dispositivo para ello y los docentes, los agentes para su concreción en la práctica. Si estos elementos no están articulados, el proyecto fracasa, más allá de las aspiraciones de criticidad en las escuelas.
Hace alrededor de medio siglo, Paulo Freire se preguntaba “¿Qué significa educar, en medio de las agudas y dolorosas transformaciones que están viviendo nuestras sociedades latinoamericanas, en esta segunda mitad del siglo XX?” (Freire, 1987:7).
Hoy en día, esta pregunta, y otras, debemos tenerla presente en el tránsito hacia una escuela crítica. Debemos pensar en la sociedad que deseamos, en la ciudadanía que puede hacerla posible y la educación que se requiere. ¿Qué escuela deseamos? ¿Con qué maestras y maestros? ¿Con qué modelo de gestión institucional? ¿Con qué directivos, supervisores y autoridades? ¿En qué condiciones?
La criticidad nos obliga a hacernos estas preguntas y otras, que nos permiten reflexionar las distintas realidades que enfrentamos para actuar sobre ellas.
Transitar hacia una escuela crítica implica que nos alejemos del enajenamiento en que nos colocaron las políticas neoliberales y la lógica del mercado en los procesos educativos, dejar de vernos como hombres-objeto y vernos como hombres-sujetos con capacidades para crear, formarnos y emanciparnos de la sedimentación pedagógica.
Liberar nuestro pensamiento y juicio crítico para dar sentido a nuestra acción pedagógica. Esa es una tarea que está en nuestras manos.
Una escuela crítica se construye sobre la base de realidades