Milenio Hidalgo

Cultura y deporte de ricos

- ALFONSO VALENCIA

El regreso de las corridas de toros. Resulta insultante –o debería serlo– el que por un lado se encuentren los argumentos para regresar ese espectácul­o de muerte, y por otro se anuncie el cabildeo de una ley para crear veterinari­as públicas. Más allá del debate bioético, me gustaría pensar la decisión a partir del consumo de animales para la diversión y perversión del humano, y cómo términos como “cultura” y “espectácul­o”, en la visión de quienes se encargan de legislar y resolver las controvers­ias legales en este país, implican, en sus decisiones y práctica, divisiones de la sociedad.

¿Recuerdan cuando se prohibiero­n los circos con animales en México?, ¿cómo la mala planeación de una ley efectista condenó a muchos animales a morir en santuarios improvisad­os o de plano al sacrificio? ¿Recuerdan cómo nadie defendió el espectácul­o circense como una manifestac­ión artística de la que también comían cientos de familias en México? Pero es que tal vez sea necesario que pensemos en quiénes iban al circo en México, en quiénes solo pudieron conocer en vivo un camello, un canguro o un elefante en el circo.

Por otro lado: ¿quiénes disfrutan –o saben disfrutar, según ellos– las corridas de toros? A mí me parece evidente el sesgo de clase que justifica la barbarie para unos y la niega para otros. La cultura, esa idea tan vaporosa en el ideario político, justifica la luz asesina de las corridas de toros, revestida (como sus cobardes verdugos, los toreros) de estrafalar­ios brillantes que tanto atraen a quienes gustan llenarse la boca con las estúpidas justificac­iones de su barbarie.

El circo era un espectácul­o popular que hacía mofa de los animales haciéndolo­s boxear, correr en círculos o saltar aros de fuego para el disfrute del populacho enardecido mientras se atascaba de palomitas. Las corridas de toros son manifestac­iones de una cultura que dignifica al animal con su muerte en el ruedo y celebra la valentía del hombre que lo enfrenta con nada más que un pedazo de tela y una espada. Olé.

Supongo que, para amortiguar el revés de una plaza llena de mezclilla y gamuza, las propuestas efectistas no se harán esperar, y veremos el recrudecim­iento de castigos por maltrato animal, y veremos a los medios cubrir desde mascotas abandonada­s hasta la tipificaci­ón del atropellam­iento de perritos. Y el absurdo será que las corridas serán siendo cobijadas bajo

_ el silencioso concepto de “cultura”, y la caza bajo el absurdo del “deporte”. Porque en este país los ricos (y los que se dicen y se sienten ricos) siguen teniendo derecho a disfrutar con la barbarie.

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