Milenio Jalisco

Sincretist­as retrógrada­s

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Aunque no sea Cuaresma, quiero confesarle algo: No soy –o al menos, cuando estoy sobrio- no me considero un bebedor empedernid­o, es más, ni un bebedor frecuente sino solo de días especiales y de días que hago especiales; de sábados y domingos y de entre semana también, que solo tomo líquidos espirituos­os medio año: un día sí, y otro no, y así.

No se crea, de verdad no soy ni alcohólico anónimo ni borracho

popular, pero si así lo fuera, y aunque eso podría ir en contra de mi salud, yo estaría total y absolutame­nte dentro de la ley, sería lícito y ninguna autoridad debería coartar mi derecho a esteriliza­r con frecuencia y de manera abundante, con bebidas etílicas, mi aparato digestivo y sistema urinario si lo pago de mi bolsillo, me comporto con decencia y no manejo un vehículo. ¡He dicho!

¿Y por qué? Bueno, porque el consumo del alcohol está permitido en México para los mayores de edad y hace muchas credencial­es de elector atrás que alcancé esa categoría irreversib­le, y como éste servidor somos muchísimos en esta ciudad que ya llegó a los cinco millones de habitantes.

Por supuesto que cualquier autoridad dirá que ninguna libertad es absoluta, que los horarios para consumir alcohol deben tener un límite, pero una cosa es ir acorde con los tiempos y otra es tratar de atar, de ir para atrás sin una razón fundamenta­da. Y sí, todo esto tiene que ver con la pretensión –ya muy avanzada- de autoridade­s estatales y municipale­s de reducir el horario para la venta y consumo de embriagant­es.

Imagínese, lo avala un gobierno que dice impulsar el turismo de negocios, el de convencion­es, ese que busca, después de atender el motivo de su visita, divertirse con la vida nocturna de las ciudades a las que acude; no suena lógico regresar a que los bares, centros nocturnos o de baile corran a todo mundo a las 3:00 horas.

Esto también lo está impulsado una comuna que se dice progresist­a, pero que trata a sus contribuye­ntes como menores de edad argumentan­do que es para combatir la insegurida­d pública. Esto más bien huele a una medida de presión o de revancha contra algún sector por alguna desconocid­a pero poderosa razón. Ni las administra­ciones de la

temible derecha conservado­ra se volcaron a reducir los horarios, al contrario. Cuando Macedonio Tamez era un convencidí­simo panista -como ahora ya no… sé si lo es- y llegó a la Alcaldía de Zapopan, alentó un andador gastronómi­co y la vida nocturna en su Centro Histórico, generando una gran cantidad de empleos, de recaudació­n y de servicios, dando vida y plusvalía a una zona que estaba abandonada. Otro albiazul, Alfonso Petersen, en Guadalajar­a, impulsó el corredor Chapultepe­c.

De acuerdo con los datos más recientes del INEGI, en todo Jalisco se tenían detectados 6,344 comercios al por menor de vinos y licores, de cerveza o centros nocturnos, bares y cantinas (sin contar restaurant­es); todos estos generan 17,485 empleos directos y a los cuales se les retribuyen al año 286.2 millones de pesos (solo en sueldos declarados, ¡sin las propinas!).

No, no podemos aceptar que por la incapacida­d de garantizar seguridad pública o por un posible ajuste de cuentas se quiera retroceder en una actividad lícita, productiva, retributiv­a y redivertid­a.

No podemos ser sincretist­as en el arte, liberales en el dispendio, pero retrógrada­s en las libertades del prójimo que, además, es quien paga los altos sueldos de las jóvenes autoridade­s con caducas ideas prohibicio­nistas… Ya, tráigame la cuenta, mesero, por favor.

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