Quizás falle, pero podría no
Qué es el sistema anticorrupción? En Jalisco, un manojo de reformas legales, un par de añadidos a los organigramas del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial, una Comisión de Selección y un Comité de Participación Social, a lo que se han adicionado cuatro tazas de escepticismo, del más amargo, y una cucharada de esperanza. Dicho en los términos que el poeta Coleridge usó para decir de la fe poética: el Sistema Anticorrupción de Jalisco es “la suspensión momentánea de la incredulidad”.
En 2016, en la encuesta de Jalisco Cómo Vamos se preguntó a 2400 tapatíos y tapatías en qué medida mejoraría su bienestar o su satisfacción con la vida que el gobierno acabara con la corrupción, 61% respondió que mucho, 14% que algo. O sea, en Guadalajara tres de cada cuatro sostienen que si el gobierno erradicara la corrupción su vida mejoraría; aunque, al cuestionar sobre si ven a la autoridad haciéndolo, 65% lo negó y 70% respondió que el gobierno no es transparente. Con estos datos podríamos intentar otra respuesta a la pregunta ¿qué es el sistema anticorrupción? Desde el umbral de los ciudadanos, una necesidad; pero la misma información debía llevar a exclamar a los gobernantes, a los responsables, que también es una necesidad para ellos, porque sin las condiciones para que el capital social se multiplique, gobernar es cada vez más la fuerza de ir contra la mayoría, que el orden que nace de un pacto social.
Una suspensión momentánea de la incredulidad, necesidad y una decena de intervenciones en la Constitución local, en ciertas leyes complementarias y dos organismos con carácter ciudadano, eso es por lo pronto el Sistema Anticorrupción de Jalisco, y más: es también elemento en la agenda de quienes, conscientemente o no, confunden el mal humor con la crítica y parecen deslizar el mensaje de que si el Sistema no se va a hacer como ellos exigen, es preferible esperar; entonces, es asimismo una expectativa dual: unos desean que se instale y comience a funcionar, otros que se suspenda en calidad de prematuro, sin acabar de formarse.
Es navidad, dos hermanos aguardan sus regalos; uno es muy optimista, no encuentra defecto o mal en nada; el otro es lo opuesto, siente que la luz del sol es una agresión cósmica contra él. Los padres deciden darles una lección: al optimista el Niño Dios le deja una caja de zapatos con estiércol; el pesimista, en cambio, no sólo recibe lo que pidió, sino lo que en las navidades previas había faltado. Se encuentran junto al árbol navideño, y pregunta el optimista: qué te regalaron, puras cochinadas, responde el otro, juguetes que necesitan pilas que se gastan, juegos con piezas que se perderán y también una bicicleta con la que me romperé la crisma. ¿Y a ti?, revira; su hermano muestra la caja con estiércol y añade: un caballo, pero no lo encuentro.
Para efectos del Sistema, los optimistas buscan su montura y los pesimistas no temen partirse la crisma, esperan que se la partan los primeros. La lucha de unos, parte de aprovechar cualquier resquicio que el régimen descuide, sin caer en la ingenuidad; los otros se ponen al pairo y acechan a quién sabe qué para que las cosas cambien, justo lo que ha perpetuado el estado corrupto de la sociedad, con la porción que por indolencia o intencionalmente aportamos desde la condición de ciudadanos.
Por los indígenas, por las decenas de millones que con ellos están excluidos del esquema económico imperante, de los servicios públicos y de ejercer sus derechos, y por nosotros mismos, corresponde pelear por transformar el régimen que padecemos, el que se nutre de corrupción; quienes apenas sobreviven ponen la muestra, ni de cerca privilegian la acritud que algunos, por estos días, han acomodado en la arena pública al referirse al naciente Sistema; aquéllos, a pesar de todo, buscan el caballo: no pocos migran sin dejar de hacerse cargo de los suyos, otros no claudican a esperar que los tribunales les restituyan aquello de lo que los han despojado.