De Dios al gobierno, la disputa por el amor indio San Juan de Ocotán,
Un pueblo indio de Zapopan, se dividió entre la fe sencilla de sus parroquianos y las promesas, finalmente cumplidas, del agrarismo
nada”, señala, sentada en el fresco zaguán de su casa de la calle San Juan, a dos cuadras de la histórica iglesia de cantera oscura dedicada a San Juan Bautista, de 1779, que ha vertebrado por más de dos siglos la identidad precaria y violentada del poblado, una historia similar a la de otros pueblos aborígenes, que también se refleja en la fiesta de los tastoanes del mes de julio: una frenética danza guerrera de moros contra cristianos guiados por Santo Santiago, evangelización fast track para la ingenua humanidad del Nuevo Mundo.
Doña Beatriz pronto cumplirá 95 años y tiene el más alto respeto de sus vecinos. Irónica, ocurrente, pacífica y conciliadora, ha sostenido desde muy temprano sus verdades de fe, mérito nada menor en un tiempo en que la profesión pública significaba cárcel y acoso, y posteriormente ayudó a que la división causada por el agrarismo militante del poblado, la disyuntiva del amor a Dios o al “papá Gobierno”, fuera borrada bajo la eficaz fórmula evangélica de la distinción de los deberes con el césar y con la divinidad (Mateo 22, 15-21).
“Es que el gobierno estaba unido, y la gente no comprendía nada de eso, pero sobre todo no comprendían que Dios es la mera unidad del gobierno, y ya de ahí dependen y vienen todos los presidentes y gobernantes; todo eso es verdad y se necesitaba explicar […] yo veía a mí papá que salía con su canastita, ‘ya me voy’, le avisaba a mi mamá, ‘a ver cuándo regreso, pídanle a Dios por mí’; se iba a los ranchos, ‘el Señor me va dirigiendo’, decía; e iba dando con personas de la misma religión, y no le pasó nada, así anduvo, hasta que ya después, todo se fue aplacando…”.
- ¿No se permitían las misas ni las ceremonias en el templo?
- Sí, no dejaban; recuerdo que yo seguía a mi abuelita desde que estaba chiquilla, e íbamos a rezar el rosario, a escondidas, ahí donde está el jardín; estaba encerrado con adobe todo, por una puerta entrábamos a de a una o de a dos, y había tres puertas, una aquí en la calle San Juan, otra en la 5 de mayo y la otra en Juárez […] no había ni sillas ni nada, estábamos bien pobres; ahí nos poníamos a rezar con un señor