Román Abramóvich, petrolero y gran enamorado del futbol
El segundo ruso más rico del mundo cuenta con una fortuna que asciende a más de 11 mil mdd
El futbol es la cosa más importante entre las cosas menos importantes”. Algunos atribuyen esta frase al entrenador italiano Arrigo Sacchi y otros al ex futbolista y escritor argentino Jorge Valdano; lo cierto es que para millones de personas en todo el mundo este deporte representa el escaparate perfecto para cualquier tipo de crisis laboral o emocional, o simplemente el antídoto para olvidar un día o una semana complicada. Cada cuatro años, justo en el verano, ese dicho toma su verdadera dimensión. A menos de dos meses de la cita, el aroma a Mundial de Futbol está en el aire, los espectadores son de todo el planeta, pero la celebración tendrá como sede las frías tierras de Rusia, donde Román Abramóvich, un petrolero que se apasionó por el futbol, tiene un imperio de varios miles de millones de dólares, algunos amasados bajo el cobijo de este popular deporte.
Al más puro estilo de Diego Armando Maradona en aquel mítico gol en el que gambeteó a medio equipo de Inglaterra en cuartos de final de la Copa del Mundo de 1986 en México, Abramóvich sorteó todas las restricciones del sistema socialista de la extinta URSS, en el que básicamente cualquier iniciativa privada era considerada ilícita.
El inicio de su fortuna no está nada claro; sin embargo, se sabe que aprovechó sus estudios en el Instituto Gubkin de Petróleo y Gas, en Moscú, y los contactos que le dejó su tío para encontrar “grietas” en el sistema. Y con la famosa Perestroika, es decir, la reforma económica que Mijaíl Gorbachov impulsó para revolucionar la estructura interna de la Unión Soviética, logró legitimar sus negocios. De ahí que muchos especialistas se pregunten sobre la legalidad de su patrimonio.
Su ascenso económico fue meteórico, con solo 30 años ya era millonario por su cuenta gracias a que era dueño de decenas de empresas que comercializaban gas y petróleo por toda Rusia y por varios países del mundo.
Durante la década de los 90 —y hasta la fecha—, Abramóvich se ha dedicado a fundar compañías enfocadas en la reventa de productos, comercialización y producción de bienes de consumo, al mismo tiempo que se consolidaba en la longeva industria petrolera, donde su especialidad
era comercializar crudo y sus derivados. Ya colocado como el segundo ruso más rico del mundo, Abramóvich se cumplió uno de sus más grandes caprichos, ser el dueño de un equipo de futbol profesional. Y lo hizo en grande, en 2003 sacó cerca de 300 millones de dólares de su cartera para hacerse del Chelsea, uno de los equipos históricos de Inglaterra, en el cual invirtió en varios de los jugadores más importantes del mundo para llevarlo a la cima de Europa. Poco más de 15 años después de esa adquisición no es raro que las cámaras lo enfoquen cada 15 días en su palco del estadio Stamford Bridge en Londres, siempre envuelto en un enorme abrigo con el escudo del Chelsea. Es así como un hombre con más de 11 mil millones de dólares en su cuenta bancaria también acude al futbol para encontrar el antídoto perfecto para quitar el veneno del alma.