Milenio Jalisco

El 5 de mayo: un día de gloria (casi)

- LAURA IBARRA

Eran las once de la mañana. Zaragoza ordenó dar un cañonazo que marcaría el inicio de la batalla. Todos estaban en sus posiciones. Más de alguno sintió la sangre correr por todo el cuerpo. El Ejército de Oriente se encontraba posicionad­o en los fuertes de Loreto y Guadalupe, su misión era defender la ciudad de Puebla y vencer al ejército invasor francés. Las fuerzas militares que comandaba Zaragoza estaban formadas por cerca de seis mil soldados mal comidos, mal pagados y con una disciplina mínima. Frente a ellos, el ejército mejor preparado de su tiempo.

No le voy a relatar la batalla, pero sí algunos datos que permiten reconocer el valor histórico de este enfrentami­ento, sobre todo de las decisiones del general que condujo a la victoria. Cuando Ignacio Zaragoza recibió el encargo de organizar las tropas que en un futuro defendería­n a México de la intervenci­ón francesa, su esposa se encontraba gravemente enferma y su hija apenas tenía unos meses de nacida.

Segurament­e para el General no fue fácil dejarla en su agonía.

Pocas semanas antes de la batalla, el Gobierno mexicano, presidido por Juárez, había hecho un llamado a las armas para defender el país. El resultado no fue el esperado (el miedo no anda en burro). Entre los cinco a seis millones de mexicanos, apenas se logró reclutar a seis mil soldados.

El país acababa de salir de la guerra entre conservado­res y republican­os, en muchos lugares todavía se presentaba­n batallas. El ánimo de defender a la patria no prendía en el corazón de hombres cansados de enfrentars­e unos a otros.

Así que las desgracias de Zaragoza empezaron antes de su famosa batalla (con el

ejercito que logró reclutar debió haberse sentido como el entrenador de uno de esos equipos compuestos por el mudo, el sordo, el cojo, etc.).

Dos meses antes, el 6 de marzo, en el poblado de San Andrés Chalchicom­ula (¿cómo las palabras mágicas de la hada de Cenicienta?), la explosión de un polvorín había matado a 1,322 soldados de la Brigada de Oaxaca que había enviado el general Ignacio Mejía para incorporar­se al Ejército de Oriente. ¡Uff!

Para colmo, algunos grupos militares conservado­res habían declarado su apoyo a los franceses, pues pensaban que solamente un gobierno extranjero podría salvar al país de la ruina en que se encontraba. El General Leonardo Márquez, conocido por su crueldad en las guerras de Reforma, había decidido unirse a los franceses con dos mil hombres, una bien entrenada caballería.

Y entonces ¿cómo fue posible la victoria? En primer lugar, Zaragoza sabía de estrategia militar. Una muestra de sus decisiones acertadas la dio cuando los explorador­es mexicanos le informaron, el cuatro de mayo, que una columna a caballo al mando de Márquez marchaba para unirse al ejército francés. Zaragoza envió una brigada de 2,000 hombres con el fin de detenerla. Con lo que mermó una parte del ejército que debía enfrentar.

Zaragoza tenía además la capacidad de infundir ánimo a sus tropas. Antes de la batalla, los motivó diciéndole­s, que, si bien los franceses eran considerad­os “los primeros soldados del mundo”, ellos eran “los primeros hijos de México”, lo cual impactó en la moral de los soldados en el momento de defender la plaza.

A lado del ejército mexicano se encon-

traban indígenas de la Sierra de Puebla armados de machetes. Para los franceses, acostumbra­dos a pelear con bayonetas, esta arma era completame­nte inusual. Así que se replegaron en el primer intento que hicieron por tomar el fuerte.

La noticia de la derrota del ejército francés conmocionó a la gran nación. Se decía que los indígenas “zacapoaxtl­as” habían atacado con un arma desconocid­a y se habían ¡comido a los cadáveres!

Cuando el ejército francés realizó su última retirada, el batallón dirigido por Porfirio Díaz lo siguió con el fin de aniquilarl­o. Sin embargo, Zaragoza dio la orden de dejarlos ir. En aquel tiempo era costumbre exterminar al enemigo para evitar que se recuperara. Nadie sabe las razones por las que el General dio esa orden, pero más tarde quedó en evidencia su error.

El informe que Zaragoza rindió fue breve y significat­ivo: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria. Las tropas francesas se portaron con valor en el combate y su jefe con torpeza”. El presidente Benito Juárez fue informado más tarde.

El resultado de la batalla fue que vencimos al mejor ejército del mundo compuesto por 6,000 hombres. Pero ante estos hechos, Napoleón III, envío otros 30,000 para reforzar la conquista del país. Tendrían que pasar todavía cinco años para que el ejército francés fuera derrotado definitiva­mente.

Zaragoza murió pocos meses después a causa de la fiebre tifoidea. Juárez lo declaró Benemérito de la Patria en Grado Heroico.

La batalla del 5 de mayo fue la primera guerra que logramos ganar ante un ejército invasor, con ella aprendimos que David puede vencer a Goliat. La hazaña de Zaragoza pasó a ser parte de la historia apoteótica que contribuyó y contribuye a construir nuestra identidad nacional.

Nadie sabe las razones por las que el General dio esa orden, pero más tarde quedó en evidencia su error.

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