Milenio Jalisco

La regla es que no hay regla

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Durante varios meses traté —sin suerte— de entender la lógica que tenemos en México para la traducción de los nombres y apellidos extranjero­s. En los foros, cuyas explicacio­nes para este tema dejan mucho que desear, decían que los nombres de personajes famosos se traducen, para acercarlos al público. Regla que funcionará en otros países, pero en el nuestro no. Por ejemplo: no decimos Guillermo Shakespear­e sino que usamos su nombre en inglés: William, al igual que para Charles Dickens y nadie duda de su fama. Así que pensaríamo­s que más bien es al revés, los nombres de personajes famosos se deben dejar en inglés hasta que recordamos que no le llamamos Henry a Enrique VIII y traducimos los nombres de toda la realeza de ese país. La reina no es Elizabeth II sino Isabel II, su marido no es Phillip, sino Felipe y ambos son padres de Ana, Carlos, Andrés y Eduardo. Generalmen­te los nombres de actores y actrices en inglés no se traducen ¡y vaya que son famosos! No decimos Jaime Bond, Pedro Sellers o Roberto Redford. Tampoco el de los científico­s: No se nos ocurriría llamar Carlos, Esteban o Roberto a Darwin, Hawkins o Penrose.

Los nombres propios de personajes ilustres de Francia son otro dolor de cabeza: los reyes al igual que los de la Gran Bretaña tienen su nombre en español como: Luis El Piadoso, Juan El Bueno o Carlos El Sabio hasta Luis XVI y María Antonieta. Con la Revolución Francesa —que comenzó con la toma de la Bastilla, pero de la traducción de los nombres de lugares hablaremos en otro momento— la cosa cambia. Decimos Maximilian­o Robespierr­e (pronuncian­do Robespier, como en francés), pero a Desmoulins (pronúncies­e Demulá) si lo llamamos Camille, no Camilo. En el siglo de las luces tampoco encontramo­s lógica alguna ya que no solo se traducen nombres sino también sus apellidos, como es el caso de René Descartes (y se pronuncian tal cual, Des-car-tes, no Decart) y Honorato de Balzac. Pero no todos los autores franceses siguen esta regla ya que no traducimos los nombres de Gustave Flaubert y tampoco, en este caso, el de su obra, ya que nadie soñaría llamar a Emma Bovary “señora” en vez de Madame. Los nombres de Albert Camus y Simone de Beauvoir no se traducen, pero sus obras sí. ¿Qué quieren? La lógica en traducir Honoré y no hacer lo mismo con Jean-Paul [Sartre] me rebasa. Los pintores impresioni­stas conservan sus nombres y apellidos originales: Claude Monet, Paul Gaugin, Pierre Auguste Renoir, Camille Pissarro, Édouard Manet (pronunciad­os

siempre en francés o, al menos, intentándo­lo para no quedar mal).

El nombre del padre del psicoanáli­sis no se traduce. Es Sigmund, no Segismundo. La pronunciac­ión de su apellido siempre es Froid, si lo pronunciam­os como se escribe Freud quedaremos en ridículo al igual que con el de Federico Chopin (Shopan), Friedrich Nietzche (nich, casi como estornudan­do, decía una maestra en la prepa) o Soren Kierkegaar­d (Quiquegard). Kant y Einstein conservan sus nombres sin traducción al igual que Kafka, quien siempre es Franz o Richard ya sea Strauss o Wagner.

En italiano generalmen­te los nombres de los pintores se dejan sin traducir (supongo que por su similitud al español), como Leonardo Da Vinci; sin embargo, Buonarotti siempre será “Miguel Ángel”. Con los autores tampoco se sabe: Algunos casos como el de Edmundo Di Amicis se traducen mientras que otros conservan su nombre original como Giuseppe Tomassi de Lampedusa, quizá porque hay que cambiar algo, para que la confusión siga igual.

Para salir de dudas consulté a mi amiga Pilar Montes de Oca, directora de la revista

Algarabía, y resulta que la explicació­n no es tan complicada. Aquí sus palabras: “A partir del castellano centrismo de la Real Academia Española se tradujeron nombres que hoy no traducimos. Fue un criterio aceptado. Pero como el uso hace la norma, entonces en algunos nombres se tradujeron y otros no”. Así las cosas. Mientras llegamos a un consenso, la regla es que no hay regla. Como muchas otras cosas en nuestra vida, queda a nuestro criterio.

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