Las inquisitoriales condenas de Obrador
Otra cosa: quienes no queremos votar por Obrador no somos “cómplices de la corrupción”, como él dice, sino “víctimas de la corrupción”, al igual que millones y millones de mexicanos: transitamos por las mismas carreteras mal construidas, constatamos los infames desvíos de recursos que perpetran los politicastros, sobrellevamos la universal frustración de no contar con servicios públicos eficientes, o sea, vivimos también en México y nos damos cuenta de las cosas, por si no se ha enterado el señor.
Pero, justamente, ¿no es absolutamente descomunal la soberbia de este hombre? Digo, para empezar, se presenta él a sí mismo como la única opción posible de futuro; luego, justo cuando se le pudiere tal vez reconocer la muy relativa modestia de advertir la existencia de mexicanos que
no lo vamos a elegir, resulta que opta por descalificarnos de un plumazo. Nos dice, en los hechos, que nuestra postura de no
preferirlo no resulta de una decisión libre que hemos tomado como individuos soberanos sino que entraña… ¡una falta moral!
Es verdaderamente inaudito, si lo piensas. Pero este rasgo megalómano lo pinta al personaje de pies a cabeza y precisamente por ello es que su posible advenimiento termina siendo tan inquietante. He aquí, señoras y señores, a un candidato a la presidencia de la República que se arroga, desde ya, el derecho absoluto a lanzar condenas morales a millones de conciudadanos suyos por la mera circunstancia de que pudieren no darle su voto. No se limita a atacar a sus adversarios políticos directos y nada más: no, arremete contra los votantes también.
Es evidente que el sujeto de marras se siente dueño absoluto de la verdad: ha monopolizado para sí todas las posibles virtudes al punto de desconocerle cualquier legitimidad a quienes no piensan como él. Nos avisa, de tal manera, de cómo va a gobernarnos a todos: quienes estén de su lado habrán de ser bendecidos, en automático, como los justos de la nación. Los demás seremos meros mandaderos de esa “mafia del poder” que tanto denuesta. ¡Qué miedo!