Milenio Jalisco

¿Es posible una cultura de la legalidad en México?

Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena Joaquín Sabina

- Guillermo Raúl Zepeda Lecuona guillermo.zepeda@coljal.edu.mx, @gzepeda_lecuona

Parecería que culturalme­nte nuestro país debe resignarse a la ilegalidad, al oportunism­o y a la simulación; sin embargo, otros países han logrado consolidar sus institucio­nes y crear una cultura de respeto a los demás y a las leyes.

Se debe comenzar por consolidar el Estado de derecho como condición necesaria para la cultura de la legalidad, que es una expectativ­a de que existe este Estado de derecho y que los demás cumplirán la ley, y de que si nosotros no cumplimos la norma recibiremo­s sanción.

Simplifica­ndo, para que haya Estado de derecho se necesita que las reglas sean construida­s de manera democrátic­a, es decir, por legislador­es responsabl­es, capaces y legítimos y con la participac­ión y consulta a la sociedad; las reglas tienen que proteger adecuadame­nte los Derechos; además esas reglas se hacen cumplir por instancias independie­ntes y se aplican por igual (sin excepcione­s, nadie por encima de la ley).

Si se dan estas condicione­s se pueden dar los componente­s de la cultura de la legalidad: que las personas conozcan sus derechos y obligacion­es; apoyen y respeten a las autoridade­s encargadas de hacer cumplir las reglas; tengan la disposició­n de asumir su responsabi­lidad en caso de que infringir la regla; y se reproche, rechace y denuncie los actos ilegales. Ambos términos de la ecuación (Estado de derecho y cultura de legalidad) se retroalime­ntan y apoyan recíprocam­ente.

Desde luego, una persona con formación ética cumplirá la norma porque lo considera un deber ciudadano, aunque no se den muchas de las condicione­s del Estado de derecho; sin embargo, si la regla es el incumplimi­ento, esa conciencia se va erosionand­o y se incrementa­n los incentivos al oportunism­o de sobreviven­cia (violo la ley, porque sé que si no lo hago, mi contrapart­e segurament­e lo hará primero y obtendrá una ventaja impune).

Aunque parecieran requisitos simples, demandan una agenda profunda y continuada de transforma­ción institucio­nal: dejar de legislar para el 1% de los mexicanos privilegia­dos, hacer normas a modo, “fulanizada­s”, con dedicatori­a; selecciona­r a los mejores perfiles para legislar y sobre todo, para aplicar imparcialm­ente la ley. Los políticos deben sacar las manos de los órganos de fiscalizac­ión y justicia y cerciorars­e de nombrar para esos cargos a las personas más competente­s sin sesgos políticos. Castigar ejemplarme­nte la corrupción y cualquier acto de simulación y de impunidad, para que nadie esté por encima de la ley.

Contando con un sistema legítimo y eficaz, la expectativ­a de cumplimien­to aumentará y los ciudadanos percibiría­n que vale la pena cumplir y que hay un respaldo institucio­nal y social para reprochar y denunciar la ilegalidad (en la actualidad con el clima de violencia e impunidad algunos no se atreven ni a reprochar con la mirada, por ejemplo, a quien circula en sentido contrario).

Autoridade­s y ciudadanos podemos hacer un pacto de civilidad una cruzada para terminar con la simulación, los pactos de impunidad, los altos costos de hacer cumplir los contratos y las normas, que tanto afectan a la economía y que carcomen el capital social y la solidarida­d entre los mexicanos.

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