Un nuevo capítulo, la misma responsabilidad
La buena y la mala política son tareas siempre incompletas, inacabadas. La gestión del bien —o del mal— común ha existido y existirá mientras haya humanos en la Tierra. Está en nuestra naturaleza como seres inevitablemente sociales, con luces y sombras, con virtudes y defectos.
Simplemente vivimos episodios que se explican por un complejo pasado y que, a su vez, explicarán los venideros.
Por eso, cuando concluya con su calificación el proceso electoral, la alegría y la euforia de los ganadores pasarán pronto, como tal vez igual suceda con el desconsuelo de los derrotados. Los grandes desafíos nacionales no quedaron atrás.
Más allá de proclamas de amor, perdón y reconciliación, vendrá larga noche de
cuchillos largos de triunfadores contra perdedores, y de éstos entre sí.
La anhelada paz social y la decencia entre políticos tendremos que hacerlas posibles, pero se llevarán tiempo. Los graves problemas nacionales seguirán siendo caldo de cultivo para todas las formas de violencia y para que las ineptitudes y magros resultados de las nuevas autoridades los achaquen a quienes se fueron. Reconozcámoslo, acciones y omisiones cotidianas de ciudadanos en general —principalmente de dirigentes— que nutren la historia reciente de México han podrido la vida comunitaria en todos sus ámbitos. La pérdida de valores, culturales y meramente cívicos, son la causa de la barbarie y el deshonor que campean sin obstáculos en el empobrecido y ensangrentado suelo patrio. La tarea que nos espera es portentosa.
Con los datos de esta noche (1 de julio) el PRI-gobierno logró su obsesión: cerrarle
a la mala el paso a Anaya, y darnos dos regalos, uno bueno y otro malo: el primero, se fue de la Presidencia “el nuevo PRI”; el segundo, se la entregó “al viejo PRI”, al de Echeverría para atrás. Con un agravante: deja el Poder Ejecutivo federal a un caudillo, no a un estadista, no a un hombre de instituciones. Quienes votaron por él tendrán poco tiempo para rezar con devoción: “Él es mi pastor y nada me faltará”.
Lo cierto es que todos estamos obligados a buscar la auténtica reconciliación nacional, no el falso perdón de quien nadie le ha dado poder para perdonar.
Todos estamos obligados a acatar los resultados electorales, a cumplir con la Ley, a apoyar las buenas acciones del nuevo gobierno, a seguir luchando por un auténtico estado de derecho y por nuestras libertades, y a construir un país justo y próspero.
Quienes le hayan dado la Presidencia a un iluminado rodeado de sinvergüenzas (con sus honrosas excepciones) pueden asegurar que estarán bien representados, pero México es más grande que la devastación ancestralmente padecida y la que hoy lo acecha.
Los pueblos suelen aprender más de sus desvíos que de sus aciertos. Y cuidado, en las democracias se reconocen desde el principio los triunfos, pero a los gobernantes se les felicita al terminar su mandato, si lo merecen.