López Obrador antes de ser AMLO (III)
López Obrador empezó a crecer desde Tabasco. Convertido en héroe regional, saltó con éxito a la escena nacional. En 1996 ganó la presidencia del PRD, derrotando a Heberto Castillo. Unificó al partido, logró triunfos importantes en las elecciones de 1997, coronados por la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en la Ciudad de México. Fue en ese contexto que él mismo ganó tres años después la Jefatura del Gobierno del Distrito Federal. Muchos pensaban que el gobierno de la capital lo quemaría. Sucedió lo contrario. Era él mismo, hasta entonces, un hombre de campaña, con talento para las movilizaciones; alguien que trabajaba en la calle, no en un escritorio; en la resistencia contra el fraude electoral, en la toma de palacios municipales y pozos petroleros, y en las largas marchas hacia la Ciudad de México. Pero jamás había gobernado. Su prueba de fuego sería, nada menos, el Gobierno del Distrito Federal. Tres años después, en septiembre de 2003, luego de arrasar en las elecciones de la capital, llegaba a su tercer Informe de gobierno con el más alto grado de aceptación que ha tenido jamás un funcionario público en el país desde que existen las encuestas: 84 por ciento de los capitalinos aprobaban su gestión. Era ya desde entonces natural pensar en él como el candidato más claro del PRD para la Presidencia. Pero él insistía que no le interesaba: “Nada me va a distraer. Sinceramente, lo digo de todo corazón. Nada es más importante que gobernar para un pueblo bueno, generoso y digno”.
Uno de los obstáculos para juzgar su gobierno es la opacidad de su gestión. En 2001, López Obrador vetó una ley de transparencia para la capital que acababa de ser aprobada por unanimidad en la Asamblea. A pesar de la opacidad, la evaluación es posible a partir de algunos datos duros. La obra social de López Obrador fue un éxito. Por el bien de todos, primero
los pobres era el lema de su campaña. Lo cumplió. Su gobierno atendió de manera preferencial a los pobres y los excluidos. El apoyo a adultos mayores de setenta años con una pensión mensual fue convertido en ley durante su mandato. Hubo también ayuda a las personas con discapacidad y, en general, a los sectores más pobres de la población, con gestos como la entrega gratuita de útiles escolares o programas exitosos como la ampliación y rehabilitación de viviendas populares, que hizo que, al término de su gestión, vivieran en casas independientes más de tres cuartas partes de las familias del DF. Durante su gobierno, asimismo, las familias con ingresos iguales o menores a dos salarios mínimos disminuyeron de 63 por ciento a 54 por ciento. López Obrador cumplió la mayoría de los
40 compromisos de su campaña, la esencia de los cuales estaba consagrada a lo social.
Pero también hubo compromisos vitales que no cumplió, entre los que destaca el del agua. La infraestructura hidráulica no recibió atención: no dio mantenimiento al drenaje profundo (una obra que nadie ve), no construyó plantas de tratamiento de agua, no bajó el nivel de fugas, no actualizó las tarifas (para no ser impopular, a pesar de que el costo del agua —lo que cuesta bombearla, potabilizarla, administrarla, desalojarla— es varias veces superior al precio que pagamos los usuarios). Y no hizo nada por detener la sobreexplotación de los mantos friáticos, con los consecuentes daños a monumentos, drenajes y redes de agua. En lugar de concentrar sus recursos en la infraestructura del agua, López Obrador privilegió las obras más vistosas, como los segundos pisos en el Periférico y la rehabilitación del corredor Reforma-Centro Histórico. Fueron parte de su campaña por la Presidencia.