La muerte del PRD
Araíz del tsunami que fue Morena, mucho se ha ocupado la prensa —con necesaria razón— en discutir qué es y qué hará. También se ha ocupado de la debacle de los otros dos grandes partidos: el PRI, cuya bancada en el Senado es lo suficientemente chica como para caber en una selfie, y el PAN, que en su consejo nacional del fin de semana pasado mostró seguir estupefacto ante tan pobre resultado electoral.
Pero poco se ha hablado de la vergüenza que pasó ese día y que sigue experimentando hasta hoy el PRD. El principal partido de izquierda de las últimas dos décadas es, y lleva siendo por años, un cascarón sin identidad, sin militantes, sin política: es un Partido Verde cualquiera.
La crisis del PRD inició pasada la elección presidencial de 2012, en la que el divorcio entre quienes aportaban el dinero —los así llamados Chuchos— y quien aportaba los votos y la agenda —Andrés Manuel López Obrador— se finalizó tras la derrota de este último.
Desde ese entonces los Chuchos se quedaron solos, y manejaron lo que quedó más como un coto de poder que como una representación política de la ciudadanía de izquierda. Prueba de ello es que su única estrategia política —o la única que les rindió algo de votos y otorgó algunas posiciones— fue aliarse con la derecha: con tal de mantenerse relevantes en la negociación del poder político —y del dinero— traicionaron sus ideales y abandonaron a sus votantes.
Hoy el PRD no está en crisis. Hoy el PRD simplemente no existe. Muestra de ello es que su flamante coordinador en el Senado —de una bancada que literalmente puede contarse con los dedos de las manos— es alguien que ni militante es. Es alguien que fue postulado por otro partido, uno que en teoría es de ideología opuesta: el PAN. Y es alguien que les entregó los peores resultados electorales de toda su historia en la capital del país.
Al darle el control de su bancada a Miguel Ángel Mancera, el PRD comprueba que el único responsable de su muerte es él mismo. Por eso es que nadie lo llora.