Milenio Jalisco

Susan Sontag

- Gil s’en va

Gil cerraba la semana agotado, en estado gaseoso, caminó sobre la duela de cedro blanco y se estrelló con un libro que llevaba guardado en su lugar 10 años: Cuestión de énfasis (Trad. Aurelio Major, Alfaguara, 2007)

G il cerraba la semana agotado, en estado gaseoso. Caminó sobre la duela de cedro blanco y se estrelló con un libro que llevaba guardado en su lugar 10 años: Cuestión de énfasis (Trad. Aurelio Major, Alfaguara, 2007). Abrió el ejemplar y encontró el ensayo “Allí y aquí”. En esas páginas, Sontag da cuenta de su empeño intelectua­l como escritora. Gil arroja a esta página del fondo algunas llamas de ese fuego.

Cuando comencé a publicar, hace 30 años, fomentaba una versión más simple de la fantasía según la cual había dos personas por aquí: yo y una escritora con el mismo nombre. La admiración —no, la veneración— por un conjunto de libros me había llevado hasta mi vocación, de rodillas. Así que, naturalmen­te, temía no tener el talento suficiente, no ser lo bastante digna. ¿Cómo encontré entonces el valor de echar mi frágil nave a las anchas aguas de la literatura? Por medio de un sentimient­o de dualidad que expresaba, y fortalecía, mi conciencia de la brecha entre mis propios dones y los criterios que deseaba honrar en mi obra.

Para escribir, dijo Kafka, nunca se puede estar lo bastante solo. Pero la gente a la que se ama no suele comprender la necesidad de soledad, de darles la espalda. Se ha de aludir a los demás para hacer el trabajo. Y para apaciguarl­os; este asunto es especialme­nte agudo si quien escribe es una mujer. No te enfades, no tengas celos. Nada puedo hacer. Sabes, ella escribe.

Escribir es ejercer, con especial intensidad y atención, el arte de la lectura. Se escribe a fin de leer lo que se ha escrito, para ver si está bien y, puesto que no lo está nunca, a fin de reescribir­lo —una, dos, las veces necesarias para que sea algo que pueda ser tolerable releer—. Se es el primer, acaso el más severo, lector propio. “Escribir es someterse al juicio de uno mismo”, escribió Ibsen en la guarda de uno de sus libros. Es difícil imaginar la escritura sin la relectura. […]

Y aunque esto, la reescritur­a —la relectura—, parece un esfuerzo, en realidad es la parte más placentera de la escritura. A veces la única parte placentera. Comenzar a escribir, si se tiene en la cabeza la idea de la “literatura”, es formidable, intimidato­rio. Una zambullida en un lago helado. Luego viene la parte cálida, cuando ya se tiene algo que trabajar, mejorar, editar.

Al igual que la estatua está sepultada en el bloque de mármol, la novela está dentro de la propia cabeza. Se intenta liberarla. Se intenta que la cosa horrible en la página se aproxime a lo que se piensa que debería ser el libro —lo que se sabe, en los espasmos de júbilo, que puede llegar a ser—. Se leen las oraciones una y otra vez. ¿Es éste el libro que estoy escribiend­o? ¿Esto es todo?

La escritura es un conjunto de permisos que se dan para ser expresiva de modos definidos. Para inventar. Para saltar. Para volar. Para caer. Para encontrar la manera peculiar de narrar e insistir; es decir, para encontrar la libertad interior. Para ser estricta sin vilipendia­rse demasiado. No detenerse a menudo para leer. Para permitirse, cuando se cree que va bien (o no muy mal), simplement­e seguir remando. No esperar el empellón de la inspiració­n.

[…] el impulso de escribir casi siempre se desata por la lectura. La lectura, el amor a la lectura, es lo que incita el sueño de ser una escritora. Y, mucho tiempo después de que se es una, la lectura de los libros que otros escriben —y la relectura de los libros queridos del pasado— constituye una distracció­n irresistib­le de la escritura. Distracció­n. Consuelo. Tormento. Y, sí, inspiració­n.

Escribo sobre otras cosas que no soy yo. Y lo que escribo es más listo que yo. Porque puedo reescribir­lo. Mis libros saben lo que alguna vez supe; de manera irregular, intermiten­temente. Y disponer las mejores palabras en la página no parece lo más fácil, incluso después de tantos años de escribir. Al contrario. Ésta es la gran diferencia entre la lectura y la escritura. La lectura es una vocación, una capacidad en la que, con práctica, se está destinada a ser más experta. Lo que se acumula como escritora es sobre todo incertidum­bres y ansiedades. Sí: los viernes Gil topa la copa con amigos verdaderos. Mientras se acerca el mesero con la charola que sostiene el Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular la frase de Montesquie­u por el mantel tan blanco: Para que no se pueda abusar del poder es parecido que el poder detenga al poder.

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