Milenio Jalisco

Samuel Segura Moreno gana el Premio de Novela Juvenil

- Notimex/México

El baterista y estudiante de la UNAM recibirá el galardón en la FIL Guadalajar­a por su segunda novela titulada Maldito sea tu nombre

El estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM) Samuel Segura Moreno recibió el Premio de Novela Juvenil “Universo de Letras 2018”, por su segunda novela titulada Maldito sea tu nombre.

Este galardón es otorgado por Coordinaci­ón de Difusión Cultural (CDC) de la UNAM y el Fondo de Cultura Económica (FCE). El alumno será distinguid­o en la edición 2018 de la Feria Internacio­nal del Libro (FIL) de Guadalajar­a, de acuerdo con un comunicado.

La obra aborda el tema de los músicos metaleros, a los que describe como cualquier otra persona, a través de una mujer baterista de una banda de death metal, describió el ganador.

“Existe un prejuicio de que el metalero no expresa sus afectos; a eso me he enfrentado, inclu- so cuando di a leer la novela a varios colegas, no percibían que el personaje tuviera sensibilid­ad literaria, por eso incluí fragmentos reales de canciones de bandas como Slayer, de las más brutales: hay frialdad en las letras, las frases están llenas de odio, pero también de pasión, honestidad y corazón”.

El título del libro surgió de la letra de una canción de Los Ángeles del Infierno, grupo español emblemátic­o para el rock en general.

Samuel es baterista y letrista de la banda Asedio, con la que lleva más de 13 años y tres discos grabados; de ahí decidió llevar lo estridente del rock a la literatura. A su novela le invirtió tres años, la última parte fue apoyada por el también músico Armando Vega Gil, en su taller literario. n las primeras horas del domingo 26 de agosto del 2018 dejó de existir el escritor alteño Adalberto González González, muchos años al frente de lo que hoy se nombra Sección Diocesana de la Pastoral de la Comunicaci­ón en la arquidióce­sis de Guadalajar­a.

En cuanto se enteró de ello una autoridad en el periodismo, don Felipe Cobián, publicó en las redes sociales una síntesis que reproducim­os íntegra pues condensa quién fue y qué hizo el recién fallecido: “…supo ser, ante todo, amigo de los periodista­s y un servidor siempre dispuesto. Un hombre con gran sentido del humor y muy humano, escritor incansable de la vida cotidiana y el costumbris­mo de Los Altos de Jalisco, pero ante todo, buen sacerdote. Lamentable pérdida.”

Digamos algo de su patrimonio literario, nada desdeñable para los jalisciens­es, en especial para los oriundos y vecinos de Tepatitlán que desconozca­n de la obra de su paisano.

Nació Adalberto en la delegación de La Capilla de Guadalupe –reducida en sus relatos al anagrama Allipac–, en 1940, año del cese definitivo de la persecució­n religiosa en México que tanto padeció esa región, pero también del fragor de la guerra que alteró de forma irreversib­le la historia de la humanidad. Se ordenó presbítero en 1966, a la edad de 26 años, justo cuando en la Iglesia sobrevenía el cambio más radical de su estructura en 400 años, el concilio Ecuménico Vaticano II, lances ambos que recreará de modo original su narrativa.

Siempre al margen de los mecenazgos institucio­nales y en ediciones de autor, produjo casi hasta la víspera de su deceso coleccione­s de textos breves bajo los siguientes títulos: Voces secas, Lo que allí pasó, Tierra adormecida, Así eran ellos, ¡Ni modo que no!, Se alborotó el gallinero, De los Congrán, De los Arcada, Dichos alteños, Itinerario, Más allá de Allipac, Cuentos niños, Todos se nombran, pero nadie se llama y Personajes. A ellos se sumará de forma póstuma, pues lo tenía ya listo para ser publicado, El silencio de los guerreros.

En ellos su autor hilvana los lances de personas de duro talante, ríspidas y avaras unas, indolentes, socarronas y cínicas, otras, todas atrapadas en un microcosmo­s donde corren parejas el crítico mordaz de la hipocresía, machismo y conducta gazmoña de la gente vieja de su patria chica y el surrealism­o del niño de mirada inquieta y pupilas claras que nunca dejó de ser.

Y aunque Adalberto salió de Los Altos de Jalisco como Los Altos nunca salieron de él, muerto deja ahora a sus coterráneo­s la tarea de conocer y divulgar su producción literaria, que sin aspirar a ponerse de pie ante la producida por otros que como él fueron alumnos del Seminario Conciliar de Guadalajar­a, Mariano Azuela y Agustín Yáñez, sí merece el rescate y respeto de la posteridad como testimonio que fue de un cambio de paradigma en la comarca, el de la generación a la que perteneció su creador, la de mediados del siglo pasado.

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