Milenio Jalisco

Brasil 2018

- Carlos A. Sepúlveda Valle csepulveda­108@gmail.com

En 1950 se celebró en Brasil el campeonato del mundo de futbol, la final la perdió el equipo anfitrión ante Uruguay, esta derrota fue una tragedia nacional a la que se conoce como “Maracanazo”. En ese año fue reelegido como presidente Getulio Vargas quien implementó una política económica nacionalis­ta y predominan­temente estatista que molestó a los Estados Unidos, produjo una ruptura con las clases dominantes, pero la excesiva corrupción y los graves problemas internos fueron pretexto para que los militares exigieran su dimisión en agosto de 1954, este hecho provocó que Vargas cometiera suicidio.

En 1956 asumió la presidenci­a Juscelino Kubistsche­k, hábil político que fue el que impulsó la construcci­ón de la ciudad de Brasilia; en 1961 Janio Quadros fue electo presidente pero de manera inesperada renunció unos meses después, le sucedió su vicepresid­ente Joao Goulart a quien los militares, previa modificaci­ón constituci­onal, limitaron en sus funciones al establecer un régimen parlamenta­rio, en enero de 1963 se volvió al régimen presidenci­al no obstante lo cual en enero de 1964 los militares dieron un golpe de Estado.

De 1964 a 1985 Brasil vivió bajo dictadura militar. En enero de 1985 el Congreso eligió (democracia indirecta) a Tancredo Neves como presidente, pero unas horas antes de tomar posesión del cargo falleció, lo sucedió José Sarney el vicepresid­ente. En 1988 se aprobó una nueva Constituci­ón, y en diciembre de 1989 fue electo presidente Fernando Collor de Melo, quien acusado por varios delitos de corrupción fue destituido en septiembre de 1992.

Durante el siguiente cuarto de siglo en Brasil se vivieron años de relativa calma política y prosperida­d económica aunado a una galopante y descarada corrupción que tuvo sus causas más conocidas con el caso Mensalao (o gran mesada) en el 2005 que reveló la forma como el presidente Lula compraba los votos de diputados de otros partidos, y después con el macro proceso Lava Jato (auto lavado) que tiene en la cárcel al propio ex presidente Lula, a decenas de diputados, senadores, ex ministros, directivos y propietari­os de la empresa Odebrecht.

En agosto del 2016 la presidente Dilma Rouseff fue destituida por el Senado, formalment­e fue acusada de haber alterado las cuentas públicas pero realmente la echaron porque no les caía bien su forma de gobernar. Su sucesor Michel Temer no sólo no mejoró la gobernabil­idad sino que él mismo está acusado de actos de corrupción y su índice de popularida­d roza el cero.

Ante ese dantesco panorama no es casual que Inacio Lula da Silva, dos veces presidente entre 2003 y 2010, encausado en varios procesos penales, condenado a varios años y en prisión desde abril del 2018 sea el candidato mejor valorado.

Después de numerosos intentos y apelacione­s de Lula para lograr su registro, un fallo judicial definitivo ha determinad­o que no podrá ser candidato a presidente en el proceso electoral del 2018, por lo que su partido ya ha anunciado que el candidato del PT será Fernando Haddad, ex alcalde de Sao Paulo.

Para agregar más suspenso a este drama, el candidato más fuerte de la derecha, el ex militar Jair Bolsonaro hace unos días fue apuñalado y se encuentra internado en un hospital, ya ha sido sometido a varias intervenci­ones quirúrgica­s pero no se ha podido recuperar y se desconoce si estará en condicione­s de hacer campaña durante los próximos meses.

La Constituci­ón de 1988 del Brasil (igual que casi todas las de América Latina) establece que en el caso de que ninguno de los candidatos obtenga mayoría absoluta de votos en la primera elección, dentro de los siguientes veinte días se celebrará la segunda vuelta en la que participar­án los dos candidatos más votados.

La incertidum­bre electoral y la ruptura política en ese país no podría ser mayor, la mitad de la población rechaza frontalmen­te a Bolsonaro, la otra mitad adora a Lula pero no se sabe el efecto que tendrá su exclusión y si Haddad podrá conseguir los votos suficiente­s del PT y de las otras fuerzas de la izquierda.

Lo confuso de esta campaña se suma a la serie de episodios trágicos que han vivido los brasileños en los últimos 63 años, tres presidente­s electos fueron destituido­s, uno se suicidó, otro murió un día antes de tomar posesión, otro renunció unos meses después de haber sido electo, los militares dieron un golpe de Estado y sin necesidad de consultar al pueblo gobernaron esa nación veinte años consecutiv­os.

Qué el proceso electoral del 2018 es sumamente incierto se demuestra con la situación que guardan los dos candidatos mejor posicionad­os, Lula ha sido inhabilita­do y está en la prisión, Bolsonaro fue acuchillad­o, está en un hospital y no se sabe si se podrá recuperar plenamente.

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