El calamar opta siempre por su tinta
El 21 de septiembre celebramos cien años del escritor jalisciense “Yo dejé de escribir por varias razones. La primera la incapacidad de hacer algo interesante”
En una entrevista de 1970, Arreola le dice a Mauricio de la Selva: “Yo he sido como el calamar; no me acuerdo si ya dije esto alguna vez: que [el calamar] se oculta en esa mancha de tinta, ¿no? Yo siempre me escondo tras una muralla de palabras”.
De todos los animales de un posible bestiario, Arreola elige uno que no está en su libro: el calamar. La imagen (y esta actitud) del calamar-escritor que se oculta tras la tinta-palabra es lo que quisiera compartir con los lectores a 100 años de su nacimiento.
La ubicación de ‘Parturient montes’ en los libros de Arreola es fundamental ya que abre casi siempre los confabularios; inicia la edición del Fondo de Cultura Económica de 1955, la de las Obras de Joaquín Mortiz, de 1971, y el Confabulario personal de 1980. La historia, derivada del nascetur ridiculus mus del Ad pisones de Horacio, deja como enseñanza la máxima: “Lo que promete mucho resulta poco”. El narrador, un artista callejero, revive la historia del parto de los montes y hace aparecer un ratón debajo de su axila. La experiencia del acontecimiento es vista en el relato desde múltiples ángulos: la capacidad de seducción del narrador (“nadie se quedó contento: todos quisieron oírla de mis labios”); las demandas del público (“cerrándome el paso en todas direcciones, me pidieron a gritos el cuento”); la experiencia de la creación (“el estupor y la vergüenza ahogan mis palabras”, “el fracaso es tan real y evidente”, “y el milagro se produce”, “levanto el brazo y extiendo la palma triunfal”); el escrutinio de los espectadores (“dudan, se alzan de hombros y menean la cabeza”); la desesperación, el egoísmo y la vanidad del creador al regalar el ratón a la mujer que se le acerca (“halagado a más no poder, yo se lo dedico inmediatamente, y mi confusión no tiene límites cuando se lo guarda amorosa en su seno”); el misterio del final (“nadie sabe allí lo que significa un ratón”).
Arreola le explica a Héctor de Mauleón en 1997: “—Ocurrió [la decisión de no seguir escribiendo] mientras reescribía un cuento, un texto breve que recomiendo leer. Un amigo lo leyó, el primero, y me dijo: ‘Juan José, esto es tu testamento. Aquí estás tú, acabando contigo mismo’. Efectivamente, después de ese cuento lo que he escrito no me importa como antes. “—¿De qué cuento se trata? “—El cuento se llama ‘Parturient montes’ y es una metáfora clarísima de que el arte es imposible realmente. Yo dejé de escribir por varias razones. La primera, la incapacidad de hacer algo interesante. Se puede escribir para los demás, pero a mí me interesa escribir lo que verdaderamente no sé adónde me va a llevar”.
Las búsquedas literarias de Arreola, centradas en experiencias artísticas muchas veces inenarrables, lo llevan finalmente a desestimar la idea de contar una historia. En 1982, en una entrevista con Ethel Krauze, hace explícito el problema: “Digamos que lo que a la gente le importa más es que le cuenten cuentos, y a mí me importaba mucho la manera de contarlos”. Ese cómo de la escritura se une a la pasión por la forma de Arreola para definir, y extinguir tal vez, su obra. Y es que de alguna manera Arreola, luego de La feria, ya no escribe (está el Inventario, están los micro relatos, pero ya ha dejado atrás lo mejor de sí). Más bien, se dedica a caminar en sus huellas, haciéndolas cada vez más breves, paradójicamente imperceptibles pero definitivas.
Esta derivación lleva a Arreola a la alienación y el silencio en la escritura. En el postfacio que hace a la edición de Ezra Pound indica: “Yo mismo no escribo, llegué a la abstención total, porque acabé también por decir: toda literatura es baldía como tierra gastada, pero podemos recuperar algunas porciones si las habitamos realmente con el espíritu, a pesar de la erosión permanente del lenguaje”.
Como escritor, como lector, me pregunto: ¿cómo se llega a la abstención total?
Por un lado, Arreola piensa que la literatura ha perdido su condición de Arte, de trabajo artesanal y acabado a mano, en aras de la producción en serie. Por eso cree que el éxito no puede ser la vara para medir al escritor y le dice a Mauricio de la Selva: “Nada considero yo más peligroso para la actividad de un escritor que el éxito... Desde que la publicidad está al servicio de la literatura, la literatura es negocio para editores, para escritores, para libreros”. En