Milenio Jalisco

Crónicas

- Álvaro Cueva alvaro.cueva@milenio.com

Podría estar en los Emmys o en algún congreso internacio­nal. Esta es la temporada más fuerte del año en el mundo de la televisión. Pero no, estoy en Seúl.

Elegí estar aquí desde hace meses.

Me propuse conocer Corea porque este país tiene cautivadas a las nuevas generacion­es, porque aquí se encuentran las claves de muchas cosas buenas que están pasando en el entretenim­iento global y porque entendiénd­olas, nos podemos preparar para lo que va a suceder.

Pero no quería volver a recorrer los caminos del K-Pop o los de los K-Dramas (las famosas telenovela­s coreanas) como lo hice hace cuatro años.

Quería ir más allá, entender de dónde habían surgido todas estas ideas, todas estas emociones.

Así fue como inicié un viaje de más de dos semanas por el corazón de este país. Fui recorriend­o cada uno de su patrimonio­s naturales y culturales, sus aldeas, sus templos, sus palacios.

Tuve oportunida­d de convivir con personas maravillos­as desde la isla de Jeju hasta la ciudad de Seúl.

La cantidad de cosas que aprendí fue tan grande que, con el permiso de mis editores, la voy a ir distribuye­ndo a lo largo de varias de mis columnas en los próximos días.

Las voy a titular Crónicas coreanas y, por supuesto, usted va a poder ver notas, cápsulas y hasta programas especiales completos en todas mis plataforma­s próximamen­te.

Necesito procesar con calma cada dato, cada imagen, cada sentimient­o.

¿Qué fue lo que aprendí en este viaje? Muchas cosas que hermanan a México con Corea.

Los coreanos, como nosotros, son un pueblo con una historia riquísima, una nación que ha sufrido, que ha conocido la pobreza, que ha sido invadida, dividida.

¿Cómo es que estos señores han salido adelante? Con una admirable combinació­n de trabajo, fe, educación y valores.

A todos nos consta que este país es de gente capaz de brillar en algunas de las industrias más avanzadas del siglo XXI.

Lo increíble es que, para llegar ahí, tuvieron que pasar, primero, por la espiritual­idad, por el respeto a sus tradicione­s y por el reconocimi­ento de su pasado.

¿Ahora entiende cuando le digo que nos parecemos?

Nosotros en México podemos ver multitudes arrodillad­as ante la Virgen de Guadalupe, familias montando ofrendas en el Día de Muertos y hombres y mujeres orgullosos de nuestras zonas arqueológi­cas.

Ellos, allá, tienen escenas igual de conmovedor­as con las personas que le hacen reverencia­s a Buda, con familias que honran a sus difuntos y con gente que se entrega a la conservaci­ón de sus sitios históricos.

De hecho, podemos encontrar vasos comunicant­es entre las legendaria­s tumbas del reino de Shilla y nuestras tumbas prehispáni­cas.

Los coreanos, como los mexicanos, tienen muy marcado el tema de los ricos y los pobres, de los hombres y las mujeres, de los jóvenes y los viejos, de la “provincia” y la ciudad.

¿Por qué le estoy diciendo todo esto? Porque en esta espiritual­idad, porque en estos contrastes, se encuentran las raíces del melodrama, de la telenovela, de las series.

La diferencia es que el pueblo coreano lucha por su superación educándose y sosteniend­o valores que los mexicanos hemos descuidado.

Todos hemos oído hablar, por ejemplo, de su extraordin­ario nivel académico, ¿pero me creería si le dijera que me encontré biblioteca­s atiborrada­s de personas leyendo incluso en los centros comerciale­s más grandes de la península?

Los coreanos salen a leer para divertirse con sus amigos, con sus hijos, y su concepto de biblioteca es de lo más gozoso. Parecen salones de fiestas, cafés.

Pero lo de los valores se me hizo lo mejor. Es imposible que a usted le pase algo malo en Corea, que le roben la cartera, que lo secuestren, que le hagan algo a su celular.

Al contrario, la gente cuida a la gente y aunque no son tan expresivos como nosotros, en el caso de los turistas, se desviven para que uno les entienda y se sienta cómodo.

Por lo mismo, es de no creerse la manera como protegen la naturaleza y sus construcci­ones.

Los coreanos cuidan hasta sus piedras, le dan una importanci­a monumental a algo que para nosotros puede ser tan cotidiano como una fruta y tienen casas de más de 600 años en excelentes condicione­s que siguen siendo habitadas por las mismas familias desde hace decenas de generacion­es. ¡Los amé!

Quiero darle las gracias públicamen­te al Centro Cultural Coreano en México, a la Oficina de Administra­ción de Herencia Cultural, al gobierno de Gyeongju, al gobierno de Andong, al Museo de Mujeres Buzo de Jeju y al Cultural Corps of Korea Buddhism por las facilidade­s que me dieron para vivir esta experienci­a.

Poco a poco entenderá la relación que hay entre todo esto y el fenómeno mediático de Corea en México y en el mundo entero.

Lo único que le pido es que me tenga un poco de paciencia y que no deje de leer mis Crónicas coreanas a partir de mañana. Le van a gustar. Se lo garantizo.

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ÁLVARO CUEVA Fui recorriend­o cada uno de sus patrimonio­s naturales y culturales, sus aldeas, templos y palacios.

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