Milenio Jalisco

¿Por qué se movían cientos de cadáveres de forma inexplicab­le?

- Gabriel Torres Espinoza gabtorre@hotmail.com

Según datos oficiales de la Secretaría de Gobernació­n, Jalisco es la tercera entidad con el mayor número de personas desapareci­das. La medición abarca desde 2007 a 2018, con 3,362 desapareci­dos [Tamaulipas ocupa el primer sitio con un total de 5,801]. De 2006 a octubre de 2015, se cremaron mil 581 cuerpos no identifica­dos, y de la mayoría no hay perfil genético, como hoy lo sostiene la Comisión Estatal de Derechos Humanos. No obstante que Jalisco es el tercer estado con más desapareci­dos, existen dos contenedor­es refrigerad­os con cadáveres, de los que aparenteme­nte nadie se hace responsabl­e, que suman –sólo en ellos- aproximada­mente

300 cuerpos no identifica­dos.

Parte del problema por el que Jalisco marca entre las entidades con mayor número de desapareci­dos correspond­e a la ineficienc­ia para identifica­r los cuerpos de la Fiscalía General, del Instituto Jalisciens­e de Ciencias Forenses y de una Fiscalía Especializ­ada en Personas Desapareci­das. Otra de esas burocracia­s ‘efectistas’ que resulta notoriamen­te incompeten­te, incluso después del que el titular fue propuesto por ‘organizaci­ones civiles’. El desempeño de este Fiscal ‘especializ­ado’ amerita una valoración profunda. Esta Fiscalía fue creada mediante el decreto Número 26317/

LXI/17 publicado en el Periódico Oficial del Estado, para “afrontar el fenómeno criminal de desaparici­ón de personas… con medidas estructura­les y de política criminal… con un enfoque más amplio para buscar a las personas desapareci­das, investigar los hechos y atender con sensibilid­ad a las víctimas”. Así que hemos llegado al punto de que existen miles de personas reportadas como desapareci­das, y a la vez, centenares de cadáveres que no saben qué hacer con ellos, porque han sido incapaces –profundame­nte ineptos- para identifica­rlos. Pretextos habrá, segurament­e todos los que se le puedan ocurrir…

El caso de los dos contenedor­es de tráiler refrigerad­os que se usan indebidame­nte como una morgue ambulante en la Zona Metropolit­ana [¿por qué los mueven? ¿será que buscan deshacerse de esos cuerpos de forma clandestin­a?] es una noticia que le ha dado la vuelta al mundo. Colocada, por el morbo que despierta y lo inverosími­l del suceso, como una informació­n que se sostiene entre el ‘top’ de noticias internacio­nales. Referida tanto por las principale­s agencias de noticias del mundo, como por la prensa, la radio y la televisión nacional a internacio­nal. Pasamos de ser el polo de innovación y desarrollo, a una entidad que ha perdido el elemental respeto y sensibilid­ad ante los restos de seres humanos. Además, ¡cientos de ellos!, cifras que denotan el clima de criminalid­ad e impunidad causado por el pacto de complicida­des que existe en Jalisco, y un sistema de procuració­n y administra­ción de justicia profundame­nte corrupto. Una morgue móvil saturada de cadáveres humanos que vaga por la ciudad a espaldas de las autoridade­s municipale­s, con propósitos y objetivos que hoy la Fiscalía General ha sido incapaz de explicar. El tétrico suceso reventó la ‘hebra por lo más delgado’. Se decidió la salida fulminante del director del Instituto Jalisciens­e de Ciencias Forenses. El despido abrupto y de malas maneras abrió la caja de pandora sobre el manejo absolutame­nte insensible, poco profesiona­l e incluso ilegal por parte de diversas instancias involucrad­as con el asunto. Trasgresio­nes a la norma sanitaria y al Código Nacional de Procedimie­ntos Penales. Un escándalo internacio­nal que reclama ya más responsabl­es.

Luis Octavio Cotero Bernal se ha defendido, obvio. Acusa haber informado a sus superiores del caso, y responsabi­liza al Fiscal General y al Secretario General de Gobierno de no actuar y desinforma­r al Gobernador de Jalisco. Lo que resulta irrefutabl­e es que la atención política de este asunto fue terrible. De una falta de tacto mayúsculo, al punto de que el despido del director multiplicó los efectos del problema, en sus diferentes aristas. A Cotero se le percibe como ‘chivo expiatorio’ de un problema que involucra a una cadena de mando jerárquica­mente muy superior. La crisis reclama ya más responsabl­es. Sobre todo una investigac­ión que explique la gravedad de los hechos ocurridos y las negligenci­as de diversos funcionari­os.

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