Nuestros muertos, algunos números
Cerca de 200 cuerpos circularon por semanas en camiones por la zona metropolitana de Guadalajara, Jalisco, porque los servicios forenses no tenían capacidad de conservarlos.
Cráneos: 166 en una fosa en Veracruz, que llevaban años apilados ahí. Otros 33 en Nayarit, donde la autoridad no puede ni identificarlos por falta de herramientas.
Cadáveres sin nombre: 117 sin nombre en Tetelcingo, Morelos, en fosas cavadas por el propio gobierno local para deshacerse del problema.
En Iguala, 43 estudiantes desaparecidos hace casi cuatro años; al día de hoy no hay certeza de su paradero. Adentro de un casino en Monterrey, Nuevo León, 52 personas calcinadas.
En San Fernando, Tamaulipas, 193 migrantes asesinados a sangre fría. Un número indeterminado de desaparecidos, que oscila entre
50 y 300 en la masacre de Allende, Coahuila. En Villas de Salvárcar, 16 estudiantes asesinados, tildados de delincuentes por el presidente mismo antes de cualquier investigación. También en Ciudad Juárez, Chihuahua, 18 jóvenes ejecutados en un centro para adicciones.
Ejecuciones extrajudiciales: 42 en Tanhuato, Michoacán; 22 en Tlatlaya, Estado de México;
16 en Apatzingán, también en Michoacán. Seis homicidios en Nochixtlán, Oaxaca, sin aclarar todavía. Dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey, Nuevo León, asesinados por el Ejército y después convertidos en culpables tras una fabricación burda, y cuya terrible historia está plasmada en el documental Hasta los dientes.
Tres estudiantes de cine en Jalisco, disueltos en ácido por mil pesos cada uno. Acribillados en La Marquesa, Estado de México, 24 albañiles. Frente a un centro comercial en Boca del Río, Veracruz, 35 cuerpos abandonados.
En el servicio médico forense de Chilpancingo, Guerrero, 751 cuerpos sin identificar. Los empleados se fueron a huelga por falta de espacio para guardar los cadáveres.
En Cadereyta, Nuevo León; 49 migrantes mutilados y muertos, al igual que en San Fernando.
Como ellos hay cientos de miles más. Aquí, en México.