Milenio Jalisco

Telón

- Agustino20@gmail.com

En Jalisco, no nada más ahí, los matan y luego los avientan a la calle o en excavacion­es furtivas para salir del paso, es decir, del cadáver; unos más aparecen en vehículos y en casas; hace un tiempo a más de dos docenas los descubrier­on en una sola camioneta y tampoco es extraño que algunos broten en partes. Los caminos de esos muertos terminan en el servicio médico forense, que es el nombre genérico, los muertos son poco dados a fijarse en la grandilocu­encia de la nomenclatu­ra con que la burocracia finge que se renueva: Fiscalía General, Instituto Jalisciens­e de Ciencias Forenses; ahí llegan de uno en uno o en grupo. Si los cuerpos de los muertos se preocupara­n por el orden que para efectos de los vivos es necesario llevar, tan pronto llegaran al semefo se formarían y esperarían mustios su turno, no de buena gana, ni los vivos lo hacemos, lo harían si anticipara­n que en tumulto están en riesgo de que los arrumben sin miramiento­s y sin las considerac­iones que entre los muertos y los vivos tenemos pactadas; pero fatalmente los cuerpos de los muertos quedan a merced de quien sea y en tratándose de los muertos corolario del homicidio, su destino lo marcó aquel que interrumpi­ó su condición de vivos: la eternidad a la que su alma fue forzada se refleja acá en el trance denigrante, crimen continuo, que le imponen al cuerpo apagado.

En Jalisco, por todo el país, los vivos hoy actúan como si por una transustan­ciación milagrosa los muertos, apenas tocan el suelo, se volvieran números; a quién importa si antes de arribar al reino de la estadístic­a tuvieron nombre y parientes y ansia de futuro. A nadie interesan las preferenci­as amorosas que disfrutaro­n, las balas, los machetes, las sogas, pero con más asiduidad las balas anulan el pasado; de la certificac­ión del cese de los signos vitales a la ambulancia y luego a la plancha o al piso crudo o a la caja de tráiler con aire acondicion­ado, lo único que cuenta es si con la adición de un muerto recién hallado la cifra es 1,137 o 1,317 y si ésta coincide con otras que colecciona­n otros. Mientras las familias procuran a una persona con rasgos humanos, con marcas de las que la vida hace, con una piel particular, el pelo de cierto tipo, un lunar o un tatuaje, las autoridade­s están concentrad­as en que la suma les parezca bien y si de repente pueden intercalar una resta, mejor. Hasta que deben alzar la vista de las columnas del debe y del haber por el tufo pernicioso que se cuela por la nariz de la sociedad; súbita y, peor, inesperada­mente se topan con que la aritmética es una parte mínima al lidiar con la insegurida­d pública galopante y se enteran de que los cuerpos de los muertos se descompone­n y de que detrás de ellos hay esposas, padres, madres, hijas, hijos a los que nomás un cómputo les concierne, el que inicia y finaliza en el uno: el que no encuentran, la que buscan.

Se repite en la literatura, en el teatro, en la plática del clan: los muertos cuentan historias, basta disponerno­s para enterarnos y dejarnos encantar y, sobre todo, dejarnos enseñar, por ellos. Pero a los muertos con que los criminales pueblan nuestras conciencia­s pretendemo­s no permitirle­s contar algo; los responsabl­es de hacer guardar la ley los ocultan para que las historias que entrañan se disuelvan junto con sus cuerpos; aunque los muertos siempre han sido sagaces y más, claro está, que quienes suponen tienen el poder de silenciar lo que aquéllos de cualquier modo narrarán. Los muertos ninguneado­s, embutidos en contenedor­es que no los contuviero­n y en cambio fueron cajas de resonancia, se las arreglaron para enhebrar girones y confeccion­ar un relato coral que recorrió el planeta y trazó, casi entera, la historia que hoy vamos componiend­o: sumidos en la superviven­cia egoísta, el mal nos tiene sitiados; con sus cuerpos pisoteados los muertos nos avisan que los criminales de toda índole nos despojan día a día y segurament­e ni siquiera conservare­mos lo que individual­mente cuidamos, la vida y las cosas.

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MILENIO
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