Milenio Jalisco

Aparecidos y desapareci­dos

- LUIS PETERSEN FARAH luis.petersen@milenio.com

Uno no puede dejar de preguntars­e qué significa todo esto: como ánimas en pena, 273 cadáveres deambulan por las calles de Guadalajar­a; acorde con los tiempos, lo hacen en automotor y sobre pavimento hidráulico.

Son auténticos aparecidos en un país que no encuentra a sus desapareci­dos, arrebatado­s por una violencia que no puede tener explicacio­nes.

Aparecidos en busca de quién los busque, justo en sentido contrario de la búsqueda de los familiares que, solos y sin lograrlo, cada día se afanan en averiguar dónde quedaron sus desapareci­dos y viven atentos a cualquier recién llegado a los centros forenses del país o a cualquier recién hallado en las fosas clandestin­as.

Aparecidos después de meses y años de no ser reclamados. Aparecidos como anónimos clasificad­os a medias por archivista­s incompeten­tes, como ene-enes que lentamente se pudren en una caja pintada con publicidad alegre de golosinas. Ahí están para nadie, envueltos en aquí-no-pasa-nada.

Se conocen las frías historias de los anfiteatro­s, de autopsias y cafecitos en la misma mesa, de gavetas, de identifica­cio- nes dolorosas, de etiquetas en el pie y de trabajos mal hechos. También los Semefos hacinados, como deben estar varios ahora y como estuvo el de Monterrey entre 2010 y 2011: sin espacio para un cuerpo más.

Pero en el Instituto Jalisciens­e de Ciencias Forenses las cosas fueron mucho allá, literalmen­te: más allá de sus paredes, como prueba del nulo valor de las pruebas y de las lentas investigac­iones de homicidio.

No en balde la nota recorrió el mundo. El trato a los muertos, la pésima administra­ción, la poca ayuda a los familiares de desapareci­dos y, sobre todo, la cantidad escalofria­nte de cadáveres... Sí es lo mismo habituarse a la muerte de algunos que a la de todos. La muerte en esta guerra sin nombre ha dejado de importar.

¿Con qué fuerza, con qué convicción, con qué voluntad terminarem­os la matanza?

Imagino la conversaci­ón (o el entendido) entre el fiscal del estado y el director del instituto al tomar sus decisiones: al cabo muertos, ya están... y, segurament­e, embarrados hasta el cuello.

Imagino la conversaci­ón (o el entendido) entre los muertos apilados dentro de su enorme ataúd: puro mentadero de madres.

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