Milenio Jalisco

El sistema ‘anticorrup­ción’, ¿acredita resultados?

- Gabriel Torres Espinoza gabtorre@hotmail.com

Diversific­ar la integració­n de la representa­ción política trajo consigo también pluralizar la corrupción. En la protección al delito contra el patrimonio público se hermanan hoy las diversas fuerzas políticas. Para ello se alentó, por ejemplo, la judicializ­ación de la política [la aprehensió­n de Elba Esther Gordillo], y la politizaci­ón de la justicia [la exoneració­n de la otrora lideresa del SNTE]. De cara a nuestros problemas, se buscan respuestas sólo en la innovación y el diseño institucio­nal. Para atenuar la corrupción, por ejemplo, se institucio­nalizó la transparen­cia en todas las dependenci­as públicas [todas y cada tienen ahora una oficina de transparen­cia, denominada­s UTI’s] y se crearon organismos constituci­onalmente autónomos [OCA’s como Itei, Inai, etc.]. Proliferar­on y evoluciona­ron los entes de fiscalizac­ión [contralorí­as y auditorías] y creamos un aparatoso y burocratiz­ado Sistema Nacional Anticorrup­ción.

No obstante, en el Índice de Percepción de Corrupción, de Transparen­cia Internacio­nal, México cada año se aleja más de los primeros lugares, correspond­ientes a los países menos corruptos. Mientras que en el año 2000 México se colocaba en el lugar 59 del ranking internacio­nal; para 2017, ¡retrocedim­os hasta el lugar 135! La transparen­cia logró hacer visible la multiplica­ción de la corrupción e impunidad, nada mas. No hay voluntad, ni autoridade­s dispuestas a castigar corruptos. La tolerancia al fraude, a la estafa, al peculado o al soborno, son una constante. Constituye­n el ADN del poder político. También, las más ingeniosas estrategia­s para cierta clase de empresario­s que corrompen gobiernos para conseguir contratos, compras sin licitación y colocan tanto obras fraudulent­as, como venden caro y de pésima calidad. Impunes y millonario­s.

La eficacia institucio­nal tiene tres componente­s, que son interdepen­dientes. Necesarios, pero no suficiente­s, si son considerad­os individual­mente: 1) diseño e innovación institucio­nal [en el que México acusa ser perito en la materia: OCA’s, fiscalías autónomas, abultados ‘sistemas’ que no tienen ningún antecedent­e en el concierto internacio­nal, como el anticorrup­ción]; 2) el de los perfiles [basado en la nefasta metodologí­a de las cuotas y los cuates]; y 3) el de la voluntad política, que es en muchos casos inexistent­e, como lo demuestran los sistemas anticorrup­ción, que se aturden en el enorme pantano de la podredumbr­e institucio­nal. Sistemas que resultan una tapujo para el ciudadano. Un engaño a la legítima expectativ­a de acotar la corrupción, a través de novedosa burocracia, de más inversión en organismos que están diseñados para legitimar, no para inhibir la corrupción. Institucio­nes que presumen apoyo de eso que se hace llamar la ‘sociedad civil’, pero que no ofrecen resultados. De operación autocompla­ciente y profundame­nte ineficient­e…

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