Milenio Jalisco

La diplomacia vaticana ante China

- ROBERTO BLANCARTE roberto.blancarte@milenio.com

Las consecuenc­ias políticas del reciente acuerdo anunciado entre el gobierno de la República Popular China y la santa sede son enormes, pues vuelven a abrir las puertas del país más poblado del mundo a la Iglesia católica, hasta ahora dividida entre los adeptos al gobierno y los fieles al Vaticano, estos últimos teniendo que vivir en la sombra, bajo el temor de la persecució­n y la represión. Es una enseñanza sobre la capacidad negociador­a y de flexibiliz­ación de posturas de la santa sede, pero también de lo que ella está dispuesta a hacer, con tal de avanzar en sus posiciones. En suma, una lección de pragmatism­o político. Al aceptar a los obispos nombrados por el gobierno comunista y eventualme­nte una participac­ión en las designacio­nes de los futuros prelados, el Vaticano parece perder en el corto plazo, pero a la larga, abre posibilida­des que la Iglesia se había cerrado durante 70 años. Al pedir que se haga a un lado a algunos obispos que habían aguantado en la fidelidad todos los contratiem­pos de ser una iglesia de las catacumbas, parece sacrificar principios y autonomía, pero al mismo tiempo gana un reconocimi­ento y una legitimida­d frente a un poder que se está fortalecie­ndo y por lo mismo mostrando señales de permisivid­ad. El gobierno chino ya no le teme tanto a la penetració­n occidental y está buscando mayor legitimida­d internacio­nal. La santa sede se abre un territorio a conquistar. Quizás se requería un jesuita para abrir ese camino, como lo hicieron los miembros de la Compañía de Jesús y en particular el célebre Matteo Ricci, a fines del siglo XVI. Además, no sería el primer lugar en que la santa sede acepta que los gobiernos civiles nombren a los obispos locales. Los numerosos concordato­s con gobiernos de todo el mundo dan testimonio de ello. En otras palabras, la santa sede tiene mucho más que ganar con un acuerdo de este tipo y el Papa se permite recordar a todo el mundo que, más allá de la pederastia y las intrigas internas en el Vaticano, la Iglesia tiene una misión mundial y que el rostro de la institució­n puede cambiar en el futuro, como ya lo ha hecho en el pasado. China, por su parte, reitera que es una nación soberana, que es su gobierno el que regulará la actividad social y pública de las Iglesias e institucio­nes religiosas en su territorio y que, al igual que la santa sede, tiene también todo el tiempo para negociar.

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