Los afectados ya se reunieron con Roberto López Lara
Pérdidas millonarias, estimadas en más de 60 millones de pesos, son provocadas por la obstrucción al agua en ríos azolvados con diques que operan Conagua y el SIAPA
Si el arca de Noé demoró 40 días para posarse en un lugar seco y atestiguar el final de la vida terrestre, en los ranchos de Tototlán y Ocotlán, en la región Ciénega, en un mes de inundaciones, ya vieron la pérdida irreparable de más de 2,500 hectáreas de cultivos de maíz, esos que han dado a la región fama nacional tanto por las cosechas récords de hasta 16 toneladas, como por la buena calidad del grano.
El caso es que estos diluvios ni abarcan toda la faz de la tierra, ni obedecen a un Dios cuya ira pueda ser saciada con sacrificios; su origen es mundano: el mal manejo histórico de la cuenca del río Zula y de la parte alta del río Santiago, al norte de la Ciénega del lago de Chapala, donde la prioridad del uso del agua para el abastecimiento del área metropolitana de Guadalajara, condiciona la operación de compuertas y diques a ese propósito, además de que el cambio de uso de suelo, la deforestación y la pérdida de suelo fértil ha ocasionado que la red hidrográfica se azolve, se estreche y pierda capacidad de conducción.
Por eso, los anegamientos se suceden año con año. “Yo sembré 32 hectáreas de maíz, y las perdí ya todas; son muchos días bajo el agua, no voy a recuperar nada. Estamos hablando de semanas, puedo decir que basta con tres o cuatro días de que no se retire el agua para que un maizal quede ya como ruina; y es mucha inversión, le metemos de a 25 mil pesos por hectárea en semilla, en jornales, en el paquete tecnológico, y si hablamos de que esperamos diez, doce toneladas por hectárea, pues podrá calcular usted de lo que le hablo”, señala Gerardo Bermúdez Cardona, morador de la localidad de Zula.
Los agricultores de toda el área se han citado antes del mediodía en el poblado de La Tiricia, municipio de Tototlán, donde convergen integrantes de tres ejidos especialmente golpeados por las inclemencias del agua: Las Heras, San Francisco de la Cal (La Laja) y Morales de Ochoa. El propósito es integrar una lista de afectados y presentar testimonios que acrediten que ya es tradición pasar algunas semanas del temporal con potreros anegados. Unos refieren cómo la milpa se ahogó literalmente entre la marisma; otros, narran historias de reses y borregos que se llevó la corriente; unos más señalan cómo han debido abandonar sus casas por la falta de una buena chalupa para entrar y salir entre los estanques en que se convirtieron las calles de tierra de sus caseríos.
Como se trata de daños que se acumulan en cada ciclo, muchos agricultores ya están al borde de
la insolvencia y apenas sobreviven entre las deudas con los peones y con los proveedores, refiere el convocante de la cita, don Trino Saldaña.
A últimas fechas no se vive muy bien en esta planicie que colinda con el lago por el norte. Apenas hace un mes, un gran operativo de la Marina Mexicana “liberó” los ranchos de la opresiva presencia del Cártel Jalisco
Nueva Generación (CJNG), que se había apostado en el predio de El Refugio tras requisar propiedades a un competidor “desleal”. La presencia de gendarmes se aprecia en muchas brechas y en carreteras secundarias, lo que permitió un respiro en la zozobra cotidiana de los lugareños por la normalización de la violencia… hasta que llegaron las lluvias.
“Hace quince años, un soldado vino a mi casa y me obligó a salir, había mucha agua, el gobierno declaró zona de desastre toda la región”, explica un vecino de El Dique, donde las inundaciones son cosa recurrente. Al lado derecho de la brecha, si el viajero va hacia Zula, se aprecia un establo con dos decenas de bovinos que se aferran a la escasa área seca, mientras cuatro vacas desbalagadas flotan sobre el campo donde el agua tiene semanas y los manchones de zacate apenas emergen del espejo acuoso. Del lado contrario, continúa la mancha de agua y emergen cañas de maíz totalmente amarillas y muchas dobladas, para dar un aspecto tortuoso al paisaje.
Los autos compactos no podrán pasar, pero si las pick up, que deberán esperar a que una pala mecánica abra uno de los diques que fueron obstruidos por ramas, troncos y piedras, tras una de las crecidas del río, que se engrosa por la cercana unión de su afluente más nutrido, el río Morales, que menos de un kilómetro atrás atraviesa debajo de un puente, con corriente al tope.
“De pérdidas han sido varios; el año pasado también, no se perdieron en su totalidad, pero sí se perdieron muchas hectáreas, y muchos compañeros perdieron también, pero hoy está terrible, y ustedes lo pueden ver, no hay respuestas, el gobierno no sé qué hace, tenemos familias, tenemos niños, qué vamos a hacer con esto; no hay la economía para darles de comer, o qué pasa con ellos, para comprarles ropa, para comprarles útiles de la escuela, los zapatos, ¿quién nos va ayudar? Hasta ahora no hay nada de ayuda, y la necesitamos”, agrega don Gerardo.
Él es un ejemplo del modo que los agricultores han debido establecer para salir con los gastos: migrar a Estados Unidos, trabajar unos meses, regresar al rancho para financiar las siembras, y si hay sobrantes, apoyar a los vecinos que no se van.
El campesino de ojos claros destaca que al acercarse el final de las administraciones presidencial y estatal, la preocupación es mayor, pues “parece que quieren pasar el problema a los siguientes gobiernos”, y eso no sería prudente, pues quedan más de dos meses y pasarán los tiempos de cosecha y venta del grano.
Andrés García de la Torre, de San Martín de Zula, cuenta que las lluvias de hace un mes malograron una buena parte de la superficie, pero “ahorita esta réplica fue porque el río rompió bordos, reventó todo y las afectaciones están creciendo; yo empecé con diez hectáreas siniestradas, y ahorita ya estoy llegando a las 20 ha, y es pérdida total; este problema es responsabilidad del SIAPA y de la Comisión Nacional del Agua [Conagua], porque no dan mantenimiento de los cauces ni un correcto uso de la operación de las compuertas; viene mucha agua desde Atotonilco, Arandas, ellos tienen que abrir compuertas, pero abajo se topa con el interés de dar prioridad al abastecimiento de agua a la ciudad, y usan el Santiago como canal […] las compuertas son para que el Zula no desemboque en Chapala, como es su flujo natural, sino que caiga en el Santiago; si hace un mes las compuertas hubieran estado abiertas, quizás esto no hubiera pasado, no al menos a este nivel…”.
Los afectados señalan que ya se reunieron con el secretario general de Gobierno, Roberto López, quien prometió apoyos; pero luego, al abordar el caso con el secretario de Desarrollo Rural, Héctor Padilla, les reveló que lo que aportaría el “seguro catastrófico” es de apenas 1,500 pesos. Los agricultores también contratan seguros, pero solamente amparan 18 mil pesos que una vez que se pagan deducibles, quedan en unos trece mil pesos.
Agrega Andrés: “esto es totalmente irrisorio, cuando un agricultor invierte 25 mil pesos por hectárea, y espera su ganancia; te pongo un ejemplo, diez hectáreas, si nos vamos bajito, con un rendimiento de diez toneladas por cada ha, da
100 toneladas a 4 pesos el kilogramos son 400 mil pesos, y el gobierno del estado te quiere dar
1,500 pesos; por no decirlo, una mentada de madre…”.
Crece la irritación campesina, pero no como respuesta a las iras divinas, sino por la vieja historia de la desmesura humana: esa que arrasa bosques, edifica infraestructura, erosiona la tierra, contamina y azolva los ríos. Hoy urgen a que se tomen decisiones “de fondo” para que una zona agrícola de alto valor, no se quede sin la población que la hace prosperar.