Milenio Jalisco

Trucos para la subsistenc­ia

- Carlos Prospero

Faulkner fue a un periódico a pedir trabajo. Le dijeron que no había vacantes, y respondió que sólo quería un espacio para publicar, sin paga.

Un año después llegó a la redacción y dijo que quería renunciar. En el administra­tivo le dijeron que no podía renunciar porque no estaba en la nómina. Entonces pidió que lo incluyeran, y así fue como recibió sus primeros pesos por sus artículos.

Hay trucos para todo.

Mi cabeza no es para los negocios; pero muchos sí tienen cabeza para ello, como aquellos que diciéndose disidentes obedecen las órdenes de sus patronos.

Patronos, dije, no patrones.

Que vivimos en una sociedad de mentirosos, es cierto. Dicen que son algo que no son, aunque puede ser que no sepan las causas por las que dicen eso.

Sabemos que hay críticos que reciben un cheque por las críticas que hacen. Tienen permiso, como James Bond tenía licencia para matar expedida por la mismísima reina.

Faulkner hace un truco para que le paguen en un periódico. Los bancos ofrecen tarjetas sin mencionar el cobro por el uso de la tarjeta. Hay universida­des que no lo son, periodista­s que no son, poetas que son publicista­s y gestores.

Dicen que le dijeron a un candidato a la presidenci­a de la república que no lo iban a postular si no estaba casado y fue con su mujer, de la que estaba separado, le propuso el puesto de primera dama y logró el puesto por seis años.

Sin embargo, la ilusión está ahí cultivando los corazones para que acepten las posibilida­des porque la invención radica en lo posible.

Y porque de acuerdo a la ideología dominante el que no es creativo no es ser humano (ya no hay hombres, pues).

Todo esto no lleva a nada, pero es una manera de meterse en el plano de la resistenci­a, como dice Deleuze, “escribir es una forma de resistenci­a a la muerte”.

¿Y debo resistirme a la muerte? No, no tengo resistenci­a. Uno fluye por la vida siguiendo el gran método de vivir, usando la paciencia como único recurso estratégic­o.

Trucos y más trucos para la subsistenc­ia. Nadie quiere morir, aunque muchos ya están muertos.

Porque descubrí que aprendería para entender lo que tenía que entender. Sólo eso. Para saber, no para enseñar; de ahí que no haga didáctica ni pedagogía.

Es el trabajo del instinto, el flujo de esa corriente que nos hace parte de todo el cosmos para no ser, como pensaba Descartes, sólo un grano de arena en el inmenso océano.

Así podemos acabar esta sociedad de mentirosos, ¿no?

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