Nadie sabe qué hacer con las barras
Todo apunta ya al olvido, como siempre. La violencia que en medio de un choque de barras rumbo al estadio regiomontano de Tigres dejó a Rodolfo Manuel Palomo al borde de la muerte sacudió al país, pero en una semana y tras un par de convenientes declaraciones, gana ya el “aquí no pasó nada”. En realidad nadie sabe qué hacer.
La patrulla de la policía estatal que llegó al lugar se retiró para buscar refuerzos que nunca llegaron. Los agentes incapaces se quedaron quietecitos y horas después sus jefes los defendieron: habían actuado conforme a procedimiento. Uno se pregunta si los refuerzos que no llegaron también actuaron conforme a procedimiento, si nadie se esperaba una bronca o si los procedimientos en esos casos mandan no ver.
Así parece. Una semana después de lo sucedido, los agresores están libres. La fiscalía del estado dice que sabe quiénes, pero que los busca y no los encuentra.
Los clubes, desprevenidos de nuevo, se limitan a condenar los hechos. Una vez más simulan desconocer a sus barras. Simulan desconocer el lenguaje de agresión que las mantiene unidas empezando por sus nombres (Libres y lokos y La adicción) que enfatizan la no reflexión (no olvidar la célebre Terrorizer, barra del Tampico Madero).
Las barras y los clubes mismos prefieren no enterarse de que juegan con fuego. No quieren entender dónde están los límites de ese lenguaje-pasión que pregonan, que se desborda con un trago, con una mentada o con un aparente error del árbitro, que se vuelve violencia y justifica sacar la navaja ya preparada en el bolsillo nomás por si las dudas. La forma en que reclutan apela a emociones fuertes: si no las da el futbol las otorga la afición contraria, pero nunca faltarán.
La adicción, barra rayada responsable del regio linchamiento, dice en un comunicado que ellos solo respondían a una agresión anterior empezada por los rivales hacia uno de sus camiones...
Claro, seguramente por eso el Lincoln se fue contra los amarillos indiscriminadamente. ¿Todos los chinos son ladinos? A estas alturas del partido, no parecen darse cuenta de que el lenguaje de la generalización es el lenguaje del odio.
¿Quieren saber qué hacer? Pregúntenle al aficionado común: entiende de estas pasiones y no agrede.