Nosotros los machos
El mundo de los hombres está lleno de pornografía. Es de hecho nuestra principal fuente de educación sexual desde la secundaria y a veces incluso antes.
Llegamos a adultos normalizando el machismo y la prostitución sin percatarnos de que estos desembocan en el feminicidio y la trata.
Esto no es disculpa de una conducta, es solo una descripción de lo complejo que resulta vencer esa cultura patriarcal y machista que condena a las mujeres a la trinidad de santas, vírgenes o putas.
A miles les resulta más fácil condenar a un senador por participar en un chat sobre prostitución que criticar al Presidente electo por evadir preguntas besando a una reportera o llamando a otras “corazoncitos”.
No es lo mismo, por supuesto, pero la conexión reside en nuestros machismos. Hemos sido educados y vivimos en un sistema donde las mujeres son relegadas, oprimidas, cosificadas, invisibilizadas, sexualizadas y abandonadas, y no es tarea fácil cambiarlo.
Es el mismo sistema que hizo a Vicente Fox hablar de las mujeres como “lavadoras de dos patas” o a Enrique Peña Nieto evadir una pregunta con el revire de “No soy la señora de la casa”.
Minimizar esas actitudes es invisibilizar el machismo, normalizarlo. No es tolerable el paternalismo en una relación profesional ni tampoco es divertido.
Y sí, hay que reconocer que el gobierno de López Obrador será el primero donde la equidad de género y el protagonismo de las mujeres será el mayor en la historia, pero eso no impide exigir más.
Estamos tan atrás que empezar el cambio requiere de mucha intolerancia a esos pequeños detalles que reflejan nuestro machismo.
En una sociedad donde se persigue más el aborto que el abigeato, donde muchos sacerdotes son a la vez pederastas y encubridores, donde el feminicidio es una plaga, lo ocurrido al senador Ismael García Cabeza de Vaca es casi anecdótico.
Y ya ni hablar de los micromachismos o el mansplaining.
No sé si escribo demasiado imbuido de micromachismos o no. Me educó una mujer joven que murió muy pronto y aprendí con ella a valorar el trabajo de casa, a hacerlo yo mismo, a enseñárselo a mis hijos y con el tiempo a descubrir que hasta las tareas de cuidados (aquellas que implican hacerse cargo justo de los niños o los adultos mayores) están invisibilizadas.
Aun con todo eso, de vez en vez me descubro ejerciendo violencias machistas y aunque hay grupos que discuten sobre nuevas masculinidades, resulta aún muy complejo subirse a ese tren sin dinamitar por completo nuestra vida diaria.
Sé que suena paradójico, pero así es. Estoy en medio de un proceso donde otros me adelantaron hace tiempo y muchos ni siquiera han empezado, cada uno a su tiempo.
Cambiar esa realidad tomará varias generaciones, pero esa certeza no impide que los gobiernos puedan emprender políticas públicas para acelerar el paso.
Somos machos y somos muchos. No siempre lo seremos, es un compromiso.
M