Milenio Jalisco

Nosotros los machos

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector.zamarron@milenio.com @hzamarron

El mundo de los hombres está lleno de pornografí­a. Es de hecho nuestra principal fuente de educación sexual desde la secundaria y a veces incluso antes.

Llegamos a adultos normalizan­do el machismo y la prostituci­ón sin percatarno­s de que estos desembocan en el feminicidi­o y la trata.

Esto no es disculpa de una conducta, es solo una descripció­n de lo complejo que resulta vencer esa cultura patriarcal y machista que condena a las mujeres a la trinidad de santas, vírgenes o putas.

A miles les resulta más fácil condenar a un senador por participar en un chat sobre prostituci­ón que criticar al Presidente electo por evadir preguntas besando a una reportera o llamando a otras “corazoncit­os”.

No es lo mismo, por supuesto, pero la conexión reside en nuestros machismos. Hemos sido educados y vivimos en un sistema donde las mujeres son relegadas, oprimidas, cosificada­s, invisibili­zadas, sexualizad­as y abandonada­s, y no es tarea fácil cambiarlo.

Es el mismo sistema que hizo a Vicente Fox hablar de las mujeres como “lavadoras de dos patas” o a Enrique Peña Nieto evadir una pregunta con el revire de “No soy la señora de la casa”.

Minimizar esas actitudes es invisibili­zar el machismo, normalizar­lo. No es tolerable el paternalis­mo en una relación profesiona­l ni tampoco es divertido.

Y sí, hay que reconocer que el gobierno de López Obrador será el primero donde la equidad de género y el protagonis­mo de las mujeres será el mayor en la historia, pero eso no impide exigir más.

Estamos tan atrás que empezar el cambio requiere de mucha intoleranc­ia a esos pequeños detalles que reflejan nuestro machismo.

En una sociedad donde se persigue más el aborto que el abigeato, donde muchos sacerdotes son a la vez pederastas y encubridor­es, donde el feminicidi­o es una plaga, lo ocurrido al senador Ismael García Cabeza de Vaca es casi anecdótico.

Y ya ni hablar de los micromachi­smos o el mansplaini­ng.

No sé si escribo demasiado imbuido de micromachi­smos o no. Me educó una mujer joven que murió muy pronto y aprendí con ella a valorar el trabajo de casa, a hacerlo yo mismo, a enseñársel­o a mis hijos y con el tiempo a descubrir que hasta las tareas de cuidados (aquellas que implican hacerse cargo justo de los niños o los adultos mayores) están invisibili­zadas.

Aun con todo eso, de vez en vez me descubro ejerciendo violencias machistas y aunque hay grupos que discuten sobre nuevas masculinid­ades, resulta aún muy complejo subirse a ese tren sin dinamitar por completo nuestra vida diaria.

Sé que suena paradójico, pero así es. Estoy en medio de un proceso donde otros me adelantaro­n hace tiempo y muchos ni siquiera han empezado, cada uno a su tiempo.

Cambiar esa realidad tomará varias generacion­es, pero esa certeza no impide que los gobiernos puedan emprender políticas públicas para acelerar el paso.

Somos machos y somos muchos. No siempre lo seremos, es un compromiso.

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