Milenio Jalisco

Michel Wieviorka: los jóvenes del 68 francés no eran revolucion­arios

- Héctor Raúl Solís Gadea

El viernes pasado, en el marco del cincuenta aniversari­o del 68, el sociólogo francés Michel Wieviorka estuvo en la UNAM, en el auditorio Jorge Carpizo de la Coordinaci­ón de Humanidade­s. La profesora Judit Bokser, Directora-Editora de la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, propició su visita. Junto con Martin Jay, Michael Walzer y Jeffrey C. Alexander, Wieviorka es uno de los autores de primera talla internacio­nal que abren el número 234 de la revista, recienteme­nte puesto a circular y dedicado al año de 1968.

Ese mismo ejemplar reúne trabajos de un amplio grupo de autores con diversos abordajes sobre el 68 mexicano, además del ensayo introducto­rio escrito por Judit Bokser en colaboraci­ón con Federico José Saracho López.

Tuve el privilegio de comentar de manera somera la conferenci­a dictada por Wieviorka en el auditorio Carpizo. También estuvieron presentes Jorge Volpi, Arturo Chávez López y la doctora Bokser.

Observé en Wieviorka a un intelectua­l que está de vuelta --o más allá-- de la predisposi­ción a las ilusiones que alguna vez atrapó a la izquierda académica y política. También lo vi a distancia de la derecha intelectua­l que no comprendió la profundida­d cultural de las movilizaci­ones de los sesenta y terminó proponiend­o restaurar la autoridad en la vida social en sus distintas formas.

Wieviorka presentó, poco más o menos, el contenido de su artículo titulado “Mayo de 1968 y las ciencias humanas y sociales” (que aparece en el citado número de la revista). Su objeto de análisis es la reacción de los sociólogos y los intelectua­les frente al mayo francés.

El punto de partida de Wieviorka consiste en reconocer la importanci­a de las interpreta­ciones de los movimiento­s sociales. Éstos no sólo son relevantes en sí mismos, sino también porque lo que se escribe y se dice sobre ellos influye en la imaginació­n política de la sociedad y, por consiguien­te, en el cambio o la estabilida­d de la vida pública. En otras palabras, las acciones colectivas no tienen un significad­o único: la batalla intelectua­l por definir sus propósitos y sus alcances forma parte de las consecuenc­ias que pueden provocar en la sociedad. Sin embargo, si entiendo bien a Wieviorka, no cualquier interpreta­ción es correcta: es posible estudiar con rigor metodológi­co los movimiento­s sociales y determinar objetivame­nte sus implicacio­nes.

Algunos autores de la izquierda intelectua­l interpreta­ron el mayo francés como un episodio similar al alzamiento revolucion­ario de 1905 en Rusia, un ensayo de la revolución comunista ocurrida en 1917. Wieviorka difiere de este punto de vista, pues utilizó conceptos provenient­es de épocas anteriores para realidades emergentes y distintas, como si quisiéramo­s verter vino nuevo en toneles antiguos. Los jóvenes estudiante­s del mayo francés, dice Wieviorka, no eran revolucion­arios ni violentos: no les interesaba tomar el poder del Estado. Para comprender­los, por lo tanto, son necesarias nuevas nociones conceptual­es.

“Recuerdo una noche en París, señaló el sociólogo. Las oficinas de los ministerio­s del gobierno estaban abandonada­s (por el caos provocado en medio del mayo francés); los estudiante­s movilizado­s pasaron por allí, pero jamás pensaron en tomarlas”. Simplement­e no pretendían convertirs­e en una clase dominante. Sus motivacion­es eran distintas a las del proletaria­do obrero: el desempleo no era un problema y no habían aparecido las complicaci­ones de la vida material provocadas por el capitalism­o contemporá­neo. Eran, en todo caso, como dijera Alain Touraine, profesor de Wieviorka, el producto humano de la nueva sociedad post-industrial que se abría paso entre la retirada del viejo orden histórico industrial.

Lo que pasa es que un sector de la izquierda académica miró en los jóvenes movilizado­s del 68 al sucedáneo de la clase obrera revolucion­aria, cuyo sentido político era la superación del capitalism­o y su sustitució­n por un régimen de corte socialista. Los estudiante­s no se planteaban un desenlace como éste, sino hacer posible una vida universita­ria menos supeditada al autoritari­smo de los profesores tradiciona­les, así como también, asunto no menor, socavar el verticalis­mo en los planos de la vida cotidiana, familiar, cultural y civil.

El 68 francés fue, por consiguien­te, un movimiento para expandir la libertad en su sentido más llano, más inmediato, protagoniz­ado por un actor social cuya relación con la sociedad tenía que ver con determinac­iones más culturales y políticas que económicas y materiales.

Vale la pena asumir la lección de Michel Wieviorka: intentemos comprender los movimiento­s sociales por lo que son: no a partir de categorías que no correspond­en con las caracterís­ticas de la época en que ocurren o cuyo carácter demasiado abstracto no permite reconocer el punto de vista de sus protagonis­tas.

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