Milenio Jalisco

EL TLATELOLCA­ZO SIN ADEREZOS

- Carlos Marín cmarin@milenio.com

Al mitin de aquella tarde se convocó sobre todo con pintas en el internet del movimiento: el transporte urbano de pasajeros.

Era miércoles.

Decenas de camiones acabaron incendiado­s por grupos de jóvenes que libraron los cercos militar y policiaco a Tlatelolco tras la estampida que provocó la primera balacera.

Excepto algunos que se bajaron y acomodaron en la escalinata (al pie de la explanada), ningún delegado al Consejo Nacional de Huelga que estuviera en la terraza de oradores escapó al Batallón

Olimpia, que llevó a los detenidos a la Dirección Federal de Seguridad y al Campo Militar Número Uno.

Como demostró en su documental Óscar Menéndez 25 años después, es una mentira contumaz que la tropa llegara disparando (nadie habría sobrevivid­o y miles huyeron entre soldados igualmente azorados que les apuraban: “¡Corran, corran…!”).

Y es que también el Ejército fue entrampado por francotira­dores desde las ventanas superiores, ala sur, del edificio Chihuahua.

No al olvido.

Y no a la supercherí­a que tanto ensucia la memoria de la matanza con que quiso sofocarse el aire de libertad que hoy se respira.

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