Milenio Jalisco

La palabra muda y trascendid­a de Antonio Enrique

- Antonio Rodríguez Jiménez arodriguez­j15@gmail.com

El poeta granadino Antonio Enrique habla en su último libro de poemas, La palabra muda (Ediciones El Gallo, 2018), del horror. En su poema soberbio que titula “Beth. A la orilla del río de la muerte” explica con su magia poética que “el horror es lo que relincha / sin que se oiga…/ la tumba donde estamos y no perecemos. / Y son unos tristes zapatos, / reventados y desventrad­os, / en la orilla de un río / más frío que la muerte”. El poeta crea la palabra sin palabras, la que excede toda definición, y así prolonga el poema último de su anterior poemario titulado Al otro lado del mundo (2014), precisamen­te denominado por él “La torre del fin del mundo”, aunque hay un correlato más antiguo y directo que proviene de un libro que publicó en 1999, titulado El reloj del infierno. Pero La palabra muda se compone de 22 poemas mágicos que atacan al alma y al cuerpo de sus lectores, numerados cada uno de ellos por las letras del alfabeto hebreo.

Antonio Enrique es una especie de Jorge Luis Borges sabio, pero no de Argentina sino de la vieja y mítica Granada de Boabdil. En cada uno de sus libros (de poesía lleva ya unos 25) da una lección de lírica perfecta, repleta de emociones y de versos compuestos por los sentimient­os de la inteligenc­ia, de la originalid­ad y del buen gusto. Él nació en 1953 y es con diferencia uno de los mejores poetas granadinos y españoles. Si alguien es merecedor de Premio de las Letras o del Cervantes en España o incluso, en un futuro próximo, del Premio Nobel de Literatura, es Antonio Enrique. Entre sus títulos figuran La ciudad de las cúpulas, El galeón atormentad­o, La Quibla, Santo sepulcro, El reloj del infierno o El amigo de la luna menguante, entre muchos otros. Pero además es autor de numerosas novelas y ensayos, como La Armónica Montaña, Kalaát Horra, La luz de la sangre, El discípulo amado, o El Príncipe del día y de la noche, entre muchas otras. Y como ensayista, es uno de los pensadores más lúcidos del panorama literario español e hispanoame­ricano, con títulos como Tratado de la Alhambra hermética, Canon heterodoxo, El laúd de los pacíficos, Erótica celeste y El espejo de los vivos.

Sobre su último libro, La palabra muda, hay que decir que posee la facultad de profundiza­r en las raíces del terror y actualizar­las, porque aunque parezca que es un tema del pasado, ya superado, parte de una mirada actual al temblor del siglo XXI, donde late la soberbia y la codicia de un planeta cada días más devastado por obra y gracia de los seres humanos, como recuerda Antonio Enrique.

Este autor, a pesar de sus libros, de sus conferenci­as, de su grandeza, sigue estando oculto en el magma de los poetas diferencia­les, singulares, de los líricos más sabios y originales que existen en España. Es, junto a poetas como Pedro Rodríguez Pacheco, José Lupiáñez o Fernando de Villena, entre otros de un grupo reducido, posiblemen­te uno de los más importante­s, cuya obra posee calidad absoluta, de un esplendor indiscutib­le. Este escritor de culto hay que buscarlo en los estantes recónditos de las librerías, en lo más profundo de la cultura española, pero cuando se descubre se desarrolla un gesto de asombro: “¿Por qué he tardado tanto en descubrirl­o?” Pero ya está. Y a partir de ahí se escudriñan sus libros y, mientras se leen, el asombro y el placer de la lectura van en aumento hasta llegar al paroxismo.

Ese es Antonio Enrique, un milagro de la literatura española contemporá­nea. En él no hay modas ni montajes, ni editoriale­s poderosas que lo promocione­n y que lo protejan. Sólo lo respalda la calidad extraordin­aria de su obra. El que pueda, que no se lo pierda. Antonio Enrique y su obra están ahí rozando el infinito, la calidad, la originalid­ad, el arte de la poesía con mayúscula.

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