Nafta y Usmca
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (en inglés Nafta) pasó a ser, como le gusta a Trump llamarlo, el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (en inglés Usmca). “Un acuerdo ganar-ganar-ganar”, tuiteó Peña Nieto. “Un buen día para Canadá”, terció Trudeau. Pero fue otra cosa: una victoria para Trump.
El Usmca fue resultado de más de 13 meses de negociación, llena de tensiones. Hubo un primer acuerdo bilateral entre Estados Unidos y México, alcanzado en agosto, al que aceptó sumarse, al concluir septiembre, resignado, Canadá. El acuerdo permitió salvar un tratado comercial que estaba en juego, uno que tiene ya más de un cuarto de siglo en vigor, que rige una zona de libre comercio en la que viven 450 millones de personas y que norma el movimiento de más de un billón de dólares al año. Sabemos que uno de los temas más sensibles del acuerdo tenía que ver con la industria automotriz. Fue incorporada una serie de restricciones con el fin de combatir la migración de esa industria fuera de Estados Unidos, hacia países con mano de obra más barata, como México. “Hasta ahora, para que un automóvil pudiera considerarse producto local y por tanto libre de aranceles, 62.5 por ciento de su contenido debía haberse fabricado en uno de los tres países socios. Con el nuevo acuerdo, este porcentaje sube a 75 por ciento. Además, se incorpora un requisito relacionado con los sueldos de los trabajadores: un porcentaje del contenido de los coches”, explicó El País, “debe estar hecho por empleados con salarios de 16 dólares la hora, lo que triplica la media de un trabajador fabril mexicano”. Los cambios de reglas fueron importantes. Pero la certidumbre económica, con todo, quedó salvaguardada. No sucedió lo mismo con la certitud política.
El Nafta, además de ser un tratado de comercio trilateral, era también un pacto de buena vecindad. Estados Unidos, Canadá y México éramos socios, tratábamos de dar respuestas coordinadas a problemas comunes. Había quienes buscaban profundizar esa relación. Robert Pastor fue uno de los grandes promotores de la consolidación de América del Norte. En su libro The North American Idea: A Vision of a Continental Future argumentaba que, aunque el Nafta había surgido como un acuerdo comercial, iba más allá de la economía, y proponía una integración mayor, respetando la soberanía y la identidad de los tres países. Ese espíritu de colaboración no existe en el Usmca. Hacía tiempo que había dejado de existir. México fue uno de los enemigos más visibles de la demagogia de Trump, desde su discurso que lo proyectó hacia la campaña en el verano de 2015, cuando nos llamó narcotraficantes y violadores, y prometió construir un muro para sellar la frontera del sur en Estados Unidos. El Nafta era “el peor acuerdo de la historia”, un acuerdo que significaba la pérdida de millones de empleos en Estados Unidos. Prometió destruirlo. En parte lo logró. Fue brutal a lo largo de la renegociación, tanto en el fondo (México cedió) como en la forma (los mexicanos tuvimos que aguantar sus insultos). “El colapso fue evitado, a pesar de las amenazas de Trump, pero los países involucrados habrán de replantearse sus relaciones”, afirmó el Financial Times. Es cierto. México deberá repensar su relación política, económica y cultural con Estados Unidos. No podemos seguir viviendo como si nada hubiera sucedido, como si la posibilidad de un gobierno estadunidense hostil hacia nosotros fuera un hecho irrepetible.
No podemos seguir viviendo como si nada hubiera sucedido
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